jueves, 19 de enero de 2017

La susceptibilidad existencial

“Iba a salir con un chico. Me llamó y era paraguayo. Cuando me empezó a hablar, cancelé la cita”.
Charlotte Caniggia
Una mediática argentina llamada Charlotte Caniggia, a quien francamente, quizás por la falta de interés que tengo hacia el espectáculo porteño televisivo, quizás por ignorante, no conocía hasta hace unos días atrás, cuando se volvió noticia nacional al hacer un comentario “xenófobo” en un programa de su país llamado “Pasapalabra”.
La evidentemente brillante mujer cuenta una anécdota de cómo iba a “quedar” con un chico y que cuando la llama y se da cuenta de que es paraguayo cancela la cita porque el hablar paraguayo “le re baja” o dicho sea de otra manera coloquial nuestra “le corta el mambo”.
Como la cultura de nuestra nación se centra en telenovelas latinas, fútbol, programuchos con “modelos” de dudosa formación y paupérrimas imitaciones de programas de la TV argenta; esta clase de comentarios realmente nos llega al “cora”. Sino, ¿por qué habría de importarnos el gusto de acentos que tiene una X a quien no veneramos y tal vez ni conocemos? Pero claro, más allá de la pobre cultura que consumimos, la baja autoestima de pueblito mediterráneo que tenemos, nos enfurecemos más porque dicho comentario lo emite una kurepa, pero ojo, decir kurepa o kurepi no es xenofobia, es de cariño nomás.
No sé qué me parece más ridículo, que la gente “experta en lingüística” salga a dar largas tesis sobre el hecho de que no existe un idioma o acento paraguayo porque todos hablamos español (y claro que el castellano paraguayo es exactamente el mismo que el colombiano, el venezolano y el chileno y se sigue sin entender la función real de un lingüista) o que le consideren persona no grata a dicha señorita, como si viniera de compras al supermercado a Paraguay cada fin de semana… Insisto, su existencia para este país es IRRELEVANTE, no soluciona la corrupción, la economía, la inseguridad ni los niños en situación de calle, poniéndolo de otra manera:
-¿Viste lo que dijo la estúpida kurepa esa Charlotte Caniggia?
-¿Quién?
-…
Como nación tenemos dos extremos: somos paraguayos cuando nos ponemos la casaca de la albirroja al disputarse el orgullo guaraní en la Copa América o en el Mundial (te acordás hemano qué tiempos aquellos…) y cuando ofenden a algo totalmente irrelevante como a nuestro acento (la ofensa es la irrelevante, no el acento, a manera de no herir a nadie). En serio, mientras a nosotros nos agrade lo que nos identifica, ¿necesitamos ser tan susceptibles a comentarios como estos? Por supuesto que sí, porque eso es lo que consumimos, programuchos de farándula, y luego nos quejamos de nuestra mediocridad apuntando con el dedo al mandatario de turno.
Malditos kurepas xenófobos, siempre se burlan de nosotros, pero cuando les imitamos el acento rioplatense, su “sheismo” y demás yerba es solo para ser simpáticos y reírnos un poco, es que se merecen por ser creídos esos, desde la Guerra Grande que les tenemos hambre por robarnos territorio… cuando en realidad los bandeirantes son los que causaron mayores estragos y nuestros hermanos de las provincias kurepas eran encadenados al frente para luchar contra nosotros porque no querían matarnos, pero bueno, eso no importa, les tenemos hambre a los argentinos por pesados, creídos y porque sí, y eso es lo que importa.
No sé qué me preocupa más, que como preferencia de relaciones interpersonales una mujer de los medios de un país vecino no se emocione al escuchar el acento paraguayo del otro lado del teléfono o que eso ocupe la portada de nuestras noticias; o que no le dejemos entrar a nuestro copetín a comprar croqueta con coca de por vida…
Tenemos problemas mayores, tenemos un calor de 45 grados que nos frita el cerebro y estamos día a día mirando atrás cada vez que escuchamos una moto acercarse, y nuestro acento es bello para algunos y corta mambo para otros, no todos tenemos la obligación de opinar igual y hasta donde sé día a día hay marchas en pos de la tolerancia y la libre expresión pero a la hora de la verdad nosotros mismos pisoteamos aquello que exigimos.
Está bien, que ella se disculpe por decir que no le gusta nuestro acento, y ahora nosotros nos disculpamos por remedar a los argentinos y prometemos no volverlo a hacer y logramos un equilibrio perfecto en el universo. Pero no, igual estaríamos nosotros en desventaja al dejar de burlarnos de ellos, la xenofobia no es bidireccional, lo es solo cuando alguien se refiere peyorativamente a nuestra cultura. Volvemos al punto de partida, exigimos tolerancia pero no la otorgamos, exigimos respeto pero no respetamos.
Dejemos de ser una sociedad hipócrita escondida detrás de excusas descabelladas, refugiándonos tras el eterno “aichenjarangarismo” con el que nos identificamos cada vez que debemos ser responsables de nuestros actos.

http://nanduti.com.py/2017/01/16/la-susceptibilidad-existencial3/

viernes, 6 de enero de 2017

De la fantasía a la realidad

“El único lugar donde el éxito llega antes que el trabajo es en el diccionario.”  Vidal Sassoon

Todos crecemos con la idea de la existencia de la “serendipia”, cuyo equivalente en inglés suena más atractivo: “serendipity”, palabra que se encuentra casi a la altura de “carpe diem” (especial para hacerse un tatuaje; entra en la misma categoría de los atrapasueños y búhos intelectuales).
La serendipia podría interpretarse como un “hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual” con la que básicamente vivimos a la expectativa de que un milagro nos ocurra y solucione instantáneamente todo aquello que aqueja nuestra tranquilidad. O al menos soñamos con que nos suceda eso que traerá magia a nuestras vidas, rescatándonos de la tediosa cotidianeidad.
Desde pequeños nos hacen creer que la vida se resolverá de forma fortuita en su debido momento, desde las películas animadas con las que crecimos (y con eso no digo que a los niños se les debe de dar con un mazo de realidad en el día a día) hasta la religión, cuya función principal tiende a ser torturarnos, hacernos sentir culpables por ser seres humanos (es inevitable, así fuimos creados o a esto evolucionamos) y humillarnos por esa condición “carnal”, para luego con el corazón contrito, mucha humildad y modestia, consagrarnos con fe a esperar aquello que cosechemos (y que a la hora de la repartición de bendiciones, luego de un duro trabajo psicológico recibido y un síndrome de Estocolmo adquirido, sentimos que sólo nos merecemos más penurias), tal vez ganarnos el reino, tal vez que nos sea imposible ser felices cuando carezcamos de dificultades.
Las películas animadas infantiles nos muestran fantasías bonitas sí, pero que tienden a idealizar nuestro futuro: casarnos con un príncipe, tener hijos rubios de ojos azules, usar zapatillas de cristal (no creo que sean cómodas), magia, hechicería, madrastras malvadas, hadas madrinas, castillos, dinero, corceles y finales felices que tarde o temprano siempre llegan. Lo de la gente malvada poniéndonos zancadillas, lo entiendo, pero el resto está un poco por encima del alcance del común denominador, que aún con todo el esfuerzo y fe de su vida jamás logrará  y obviamente, en la realidad el castillo, la corona y el príncipe no necesariamente son lo que soñamos.
“La vida se resolverá fortuitamente”, “todo saldrá bien”, “verás que las cosas mejorarán”, “este negocio sí funcionará”, “esta vez sí le pego al gordo de la lotería”, “tendré mucho dinero para hacer lo que quiero”, “conoceré a la persona perfecta”, son frases utópicas que empleamos en el día a día con la mayor convicción de nuestras almas, esperando que se cumplan. Lo peor de todo es que crecemos, maduramos y nos estrellamos contra la dura realidad, pero de todas maneras no logramos destetarnos de la fantasía; quien más quien menos piensa que algún día le tocará la suerte, mientras otros se desencantan y unos terceros, pocos comparados a los demás, raros en su especie, luchan por alcanzar esos sueños por más descabellados que sean.
No pretendo dar cátedras sobre lo que deberíamos o no pensar, yo misma a veces tengo que pinchar mi propio globo para pisar tierra y enfocarme en la realidad, es difícil pero a la vez, irónicamente es más fácil pensar que todo se solucionará por cuestiones del destino… Tal vez necesitemos esa abstracta motivación para levantarnos de la cama cada mañana a fin de enfrentar la vida cotidiana.
Sería fantástico poder saltar al vacío con una fe inquebrantable, sabiendo que abajo hay una forma de sobrevivir a la caída, hay quienes no lo logran y hay quienes ni siquiera lo intentan.
Tengo la ferviente convicción de que es necesario encontrar un punto medio, un equilibrio entre la fantasía y la realidad, para ser felices o al menos tener una suma de momentos felices a lo largo de nuestras vidas; por ejemplo no podemos vivir desconectados de la realidad dedicándonos a soñar como si solo necesitáramos aire para existir y tampoco debemos matarnos trabajando para pagar cuentas hasta morir sin disfrutar de aquello que nos gusta.
Es indispensable buscar ese equilibrio, ya lo dije; evitemos pensar que los problemas se resolverán fortuitamente, pero al mismo tiempo, dejemos de esclavizarnos a nosotros mismos solo para permitirnos disfrutar más adelante cuando ya no nos quede tiempo ni energías.
Cada vez tenemos más y más de lo que queremos, pero ¿tenemos aquello que realmente necesitamos, lo que nos hace realmente felices? ¿Acaso debemos volver a tiempos más simples cuando con poco se era feliz?
“A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.” Oscar Wilde

Tomémonos el tiempo de saber quiénes somos, qué nos gusta, qué nos apasiona y qué nos hace únicos y vivamos esta vida; según ciencias y religiones hay vidas después de esta, pero ¿y si no? Esto será todo, vivir aceleradamente medio siglo, abrumados por las responsabilidades, la globalización, las deudas, los problemas, las expectativas hasta que el reloj biológico pare su tic-tac… ¿en serio? ¿Tanto esfuerzo en la creación o en la evolución para que terminemos sin siquiera dejar huellas en una o dos generaciones venideras? No lo creo. Pienso que debemos conocernos y apreciarnos, darnos un respiro de vez en cuando, desenchufarnos y vivir.

“No se tome la vida demasiado en serio; nunca saldrá usted vivo de ella.” Elbert Hubbard

Si hoy fuera el último día, si tuviéramos esa certeza, ¿acaso haríamos lo mismo de siempre? Hagamos que suceda, propiciemos nuestra serendipia.

“Al final, lo que importa no son los años de 
vida, sino la vida de los años" Abraham Lincoln



Año Nuevo, vida nueva

Llega fin de año, todo el mundo parece acelerarse más de lo normal, hay que ver qué comer, tener ropa blanca que vestir, las uvas, el brindis, la fiesta, la vuelta a la manzana con las valijas y todo aquello que guarde relación con las tradiciones de Año Nuevo.
La lista de resoluciones o metas que “se llevarán a cabo” en el 2017 no se dejan esperar y las frases optimistas poco originales en las redes sociales, tampoco.
Se deja todo para último momento, inclusive la actitud positiva porque el nuevo año se viene con “365 nuevas oportunidades” que probablemente no serán ni remotamente aprovechadas.
Si miráramos hacia atrás para ver cuántas de las metas propuestas cumplimos, podríamos decepcionarnos, tenemos unas 48 horas antes de que acabe el año por si quisiéramos realizar alguna todavía.
“Procrastinar” esa suculenta palabra que todos evitamos asociar a nuestra realidad, siempre hay algo para hacer, no hay tiempo, podemos hacerlo luego, y cuando nos damos cuenta, las campanadas de las 12 del 31 nos pega fuerte diciéndonos que dejamos pasar un año más sin lograr los objetivos propuestos.
Ojalá no fuere el caso, ojalá nos despidamos de este 2016 satisfechos, habiendo bajado de peso a tiempo, habiendo publicado, practicado deportes, habiendo pasado tiempo de calidad con los seres queridos, habiendo aprendido una nueva habilidad. Ojalá.
Leí hace poco una reflexión por Navidad, en donde el autor destacaba que aquello que realmente queremos requiere esfuerzo, no ocurren milagros fortuitos que nos solucionan la vida (no frecuentemente al menos), inclusive teniendo fe, no podemos sentarnos a esperar que todo suceda mágicamente, cualquier sueño que tengamos, tiene un precio, la cuestión es: ¿estamos o no dispuestos a pagarlo? Quiero aprender japonés pero no quiero estudiar todos los sábados por la mañana durante tres años para aprender a defenderme en tal idioma. Quiero tener un físico envidiable y sacarme mil fotos en la playa pero no puedo decir que no a todo lo que me invitan a comer. Quiero disfrutar más de mis amigos y familia pero no tengo tiempo, tengo muchas responsabilidades.
Quiero… pero… Estamos a tiempo, 48 horas para lograr una meta pequeña como empezar a caminar o poner el celular en silencio una hora para escuchar la misma historia que la abuela nos narra una y otra vez con brillo en los ojos y emoción en la voz.
Nada ocurre fortuitamente y si sucede es una baja probabilidad en millones, mientras no seamos la clara excepción a la regla podríamos proyectarnos a lograr lo que deseemos, ya sea material o inmaterial, cueste caro o barato, tome mucho o poco esfuerzo, mientras podamos a corto o largo plazo decir “lo logré”.
No sabemos cuánto tiempo de vida tenemos, no quiero salir con la abusada frase latina “carpe diem” pero sí con la idea de la misma, no sumar días vanos llenos de nada, tomar fotos para recordar, como si sacáramos con rollos que debemos revelar, imágenes que cuenten, que narren alguna historia que con el correr del tiempo nos haga sonreír.
No dejemos que otro año se evapore, y no pretendamos llevar a cabo mil metas a la vez, un paso primero, luego otro, nunca es tarde para comenzar, por más de que en plenas fiestas se haga dieta o se empiece un 29 a ir al gimnasio. Nunca le daremos el gusto a la gente, por lo tanto que la metas de todos este nuevo año que comienza sea darnos nosotros mismos el gusto, ¿quién nos conoce mejor? Nadie.

¡Feliz 2017!

http://nanduti.com.py/2016/12/30/ano-nuevo-vida-nueva1/

Perspectiva generacional


“Temo el día en el que la tecnología sobrepase a la humanidad, y el mundo tenga una generación de idiotas.” Albert Einstein

Esta frase con tan poco dice bastante, podría generar interminables debates entre los que están de acuerdo y los que no. A mi criterio, no estaba tan equivocado.
La tecnología en sí no tiene malicia ni tampoco bondad, es el uso que el ser humano le da el que beneficia o daña, gracias a ella la vida en el día a día nos es mucho más fácil y a la vez estresante, otra vez, insisto, acorde al uso que le damos.
Hace pocos días me tocó asistir a un concierto de música de punk rock, un grupo canadiense que por primera vez llegó a Paraguay y del que fui fanática cuando estaba en el colegio, simplemente no me lo podía perder.
Ni bien llegué noté la gran brecha generacional, a pesar de estar en mis veintes, la mayoría era menor que yo, cosa no me importó para nada.
Comenzó el concierto y a medida que tocaban las músicas “de antaño” (de unos quince años atrás, quizás menos) yo me comportaba como siempre los de mi generación lo hicimos: cantaba a viva voz (de manera totalmente desafinada), gritaba a cada rato, alzaba los brazos y cuando correspondía saltaba como si fuera el fin del mundo, más allá de la extraña reacción ante mi manera de actuar por parte de los más jóvenes (se tapaban los oídos cuando los pocos que lo hacíamos, gritábamos; trataban de que no se los tocara cuando todos saltábamos, etc.), a mí me sorprendió la suya.
Claro está que, cada nueva generación se cree mejor que la anterior y viceversa, sin embargo, dejando mis casi treinta atrás y siendo objetiva, me pareció de lo más lamentoso que en vez de disfrutar un concierto en vivo de una banda que supuestamente encanta al público asistente, esta nueva generación (en su mayoría y no totalidad) invierta su tiempo en enviar breves videos a cinco redes sociales diferentes, suba fotos para etiquetar lo bien que la está pasando, mientras la vida está ocurriendo ahora, ahí, y todos pegados al celular… claro está que no tengo nada en contra del aparato en sí, yo misma tomé unas cuantas fotos, otros grabaron sus canciones favoritas, genial; pero no importa que tan joven o vieja sea, no hay forma de que le vea el sentido a perderse un concierto por estar comunicándole al mundo lo bien que la está pasando cuando su mayor “disfrute” es ver qué emoticón ponerle al video antes de mandarlo al snap.
La tecnología nos facilita la vida, de hecho que salva vidas, nos ahorra tiempo, nos da comodidad, pero ¿acaso no estamos yendo un poco lejos? Yo creo que sí.
Sería utópico imaginar un concierto del grupo que sea en el que solo se permita el uso del celular, digamos, durante la primera canción, luego, los organizadores podrían usar un software que bloquee no solo el Internet sino que las cámaras también, para que aprendan a vivir el momento, a disfrutar el hoy, el ahora, el acá. Toda mi vida me pasé de puntillas (debido a mi estatura) en los conciertos para alcanzar a ver algo, ahora se suman los celulares brillantes y el mamerto que usa flash como si fuera poco.
¿Sería mucho pedir un poco de moderación? Poder disfrutar de un concierto, de una merienda, de un café, de una reunión familiar sin estar comunicándolo todo en las redes?  No tiene nada de malo subir fotos con los seres queridos o la mascota o lo que sea, pero en serio, ¿tan dependientes somos de un aparatito que ni era parte de nuestras vidas quince años atrás?
Dejemos de ser parte de una generación de idiotas, no nos muramos por quedarnos sin batería, escuchemos lo que pasa a nuestro alrededor, miremos hacia arriba, que la vida todavía nos puede sorprender y embellecer. Viajemos, no para generar envidia; amemos, no para generar celos; salgamos en las fotos para tener buenos recuerdos de momentos inolvidables, no para promocionar nuestro vacío interior.
Si mañana todo el sistema colapsa y nos quedamos desconectados, ¿sabremos ser felices con lo que tenemos, sin poderlo compartir, sin esperar “me gusta”? Esa es la pregunta que deberíamos de hacernos cada día, y si la respuesta es “no”, entonces debemos hacer algunos cambios en nuestras vidas.

Apaguemos el aparatito, salgamos a caminar, a compartir, a leer, a escuchar buena música o a sentarnos en silencio a soñar despiertos, como alguna vez lo hicimos, algún tiempo atrás, antes de volvernos esclavos de aquello que fue creado para facilitarnos la vida.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Una taza de café


El ser humano de por sí, a pesar de su encanto fisiológico desde el punto de vista científico, es un error de la creación. Usa, sí, sus defectos para alcanzar sus metas, como por ejemplo la avaricia para seguir obteniendo del jugoso valor adquisitivo sin compartirlo, las inseguridades para no confiar en nadie y aprender a valerse por sí mismo, sí, sí, no todo está perdido, hay pocos y bellos ejemplos que dar para describir el famoso vaso medio lleno.

Cómo se le llama, con una sola palabra a la persona que lo tiene todo, todo lo que siempre soñó y ni pensó que lo disfrutaría en carne propia en esta vida, una persona que teniéndolo todo no es feliz y critica lo que aún le falta siendo más lo que le sobra, cómo se le llama a alguien así, podría ser “malagradecido” pero no, se le llama “humano”.

La palabra “humanidad” (cualidad del humano), siempre fue relacionada con el lado bello de su semántica, qué tierno, pero según recuerdo la misma palabra es utilizada en contextos que permiten narrar su historia, no siempre como víctima, sino que también como causante de daños irreparables.

La humanidad es aquella que lleva a uno a quejarse por una interminable lista de banales detalles que teniéndolos al alcance de la mano, no significarían necesariamente la felicidad del portador.

Con esta reflexión no intento verle el lado “arcoíris” de la vida, sino todo lo contrario, la ingratitud del hombre.

Cada quien sabe qué le hace feliz, sin darse cuenta que lo tiene en su vida, día a día, y ¿qué hace?, se queja, en vez de disfrutar de lo que ya tiene. Y luego viene el dichoso karma del universo, nos saca aquello que nos hace felices pero que no supimos valorar, y que hasta que lo perdemos ni siquiera nos damos cuenta de su importancia.

Supongamos que mi felicidad está en una taza de café con un croissant, nada podría hacerme más feliz que algo tan simple como eso, ni siquiera un millón de dólares, pensándolo bien, con ese dinero podría comprar muchas tazas de café… como decía, esa es mi felicidad, todos los días los consumo pero no los disfruto y los doy por sentado, hasta que un día por una situación ajena a la ingesta, temporalmente me los prohíben. Las horas se vuelven más lentas, en todas partes huelo café, en las redes sociales todos mis amigos están tomando café, etc., y en ese momento clave me doy cuenta de que no lo valoré cuando lo podía consumir y que daría lo que fuera por volver a saborearlo.

Así mismo nos sucede con las relaciones interpersonales del tipo que sea, con amigos, con familiares, con la pareja, damos por sentado que lo que nos ocurre a nosotros es más relevante y que al fin y al postre ellos estarán ahí siempre para nosotros, no medimos las consecuencias de nuestros actos y a veces terminamos perdiendo más de lo que podríamos imaginar. Una relación no solo se ve rota porque una de las partes decide alejarse, también está presente en la vida de cada uno un factor indispensable, invisible y fácil de olvidar: el tiempo. El tiempo se agota, los días pasan y los años vuelan y cuando nos damos cuenta de todo lo que podíamos aprovechar tan solo dando un minuto de nuestra apretada agenda, es demasiado tarde.

Tuve hace poco una dinámica en una clase, me pusieron frente a una compañera a quien en un minuto debía decirle lo que sentía hacia ella, más allá de la incomodidad de la situación, fue impresionante lo largo que puede ser un minuto y cómo invirtiendo uno solo de nuestras 24 horas diarias, podríamos hacer el día del otro.

Esta reflexión no significa una epifanía, que al estilo película hollywoodense, terminaré con un final feliz haciendo solo lo que es correcto porque aprendí mi lección, pero al menos, después de pensar y analizar esto, veo la luz al final del túnel, y no, no es un tren por suerte, es la lamparita que se me prendió en la cabeza para realizar algunas notorias enmiendas a la rutina de la que tiendo a aburrirme.

Nos quejamos de la rutina que llevamos y nos olvidamos de que esa rutina nos identifica, es quienes somos, es una pequeña nación, con lo que su concepto conlleva, dentro nuestro; nos despertamos a la hora que nos queda mejor para realizar nuestras actividades, nos alimentamos de aquello que nos gusta y hace bien (no tendría mucho sentido consumir algo que nos desagrade o nos de alergias), vivimos con quienes elegimos, vemos los programas o películas que van con nuestra personalidad, leemos solo lo que nos interesa, decoramos nuestro hogar con los colores que nos plazcan, escuchamos música de nuestro agrado y usamos el champú que le va a nuestro tipo de cabello. Somos cada uno de nosotros una nación, con sus propias leyes, principios, deberes, derechos y por más de que las demás naciones no lo sepan entender o apreciar, defendemos a capa y espada nuestra soberanía, de la cual nos sentamos al final del día a quejarnos.

Hagamos que nuestra vida, nación, hogar, insisto, nación en el sentido que acabé de inventar; sea de nuestro agrado, y dejemos de elevar críticas destructivas a aquello que con tanto esfuerzo y tal vez sacrificio nos costó conseguir, y, si luego de un exhaustivo análisis hay algo que nos desagrada, pues cambiémoslo, no es el fin del mundo. El tiempo vuela y hoy en un mundo acelerado, globalizado, contaminado y plagado de stress, lo único que necesitamos es hallar nuestra felicidad en una taza de café con un croissant.

Feliz día del ex niño


De por sí las generaciones venideras olvidan el pequeño detalle de que el día que celebran el 16 de agosto como un “reyes de mitad de año”, tuvo un origen bastante sangriento pero lleno de valentía.

Dicha fecha se celebra cada año como el día del niño, en las escuelas hay festejos, los padres se encargan de regalar algo a sus hijos como premio por ser infantes y no hay nada más emocionante para el retoño que recibir esas atenciones especiales antes de cruzar la frontera rumbo a la adolescencia.

En esta fecha emblemática una idea reiterativa se cuela en la mente, la igualdad y la felicidad para todos los niños de todos los estratos sociales, y con ello no se quiere implicar una mini guerra de clases y que la burguesía y que los ricos y que los pobres, porque Paraguay tiene un mayor problema que ese: por imposición las niñas se ven obligadas a ser mujeres.

Festejamos el día del niño, sin embargo la inocencia perdida de los mismos se ve acrecentando con el correr del tiempo, alguna vez la preocupación de los defensores de los Derechos Humanos radicaba en evitar que el niño trabajara para que no perdiera su condición de infante, pero ante los actos de pederastia a los que cada vez se ve en mayor proporción sometido, nadie se escandaliza, o tal vez sí y la mayor reacción es compartir una devastadora opinión en las redes sociales.

No existe mayor hipocresía que la de nuestra sociedad indignada porque en algún país del Medio Oriente hombres mayores desposan a niñas, mientras bajo nuestras narices día a día nuestras pequeñas, involuntariamente, se convierten en madres.

Poco antes de esta fecha, hizo un año que una niña de diez años dio a luz al hijo que le “regaló” su padrastro bajo la nariz de la madre –quien dicho sea de paso está a cargo de ambas niñas ahora- y no, esto no es un cuento más de Josefina Plá, es la vida real, es el día a día, no es ficción.

Ojalá nuestro mayor y peor problema fuera el embarazo adolescente, pero no, los pedófilos no perdonan a las niñas –y niños- y no existe ley real y efectiva que ampare a los menores, no solo de sus agresores, sino de sus propias madres que consienten dichos crímenes.

Esperemos que nuestra sociedad se despabile de su letargo, se sacuda el feudalismo que trae encima y se dé cuenta que allá afuera hay un mundo que tiene preocupaciones más actualizadas como el tener que importar basura para convertirla en energía, cerrar cárceles, otorgar la mejor educación en el mundo y gratuita hasta los postgrados, permisos de maternidad por meses, vacaciones pagadas, jornadas decentes de trabajo, salarios acorde a la preparación, experiencia y cargo; etc.

“Dejen que los niños sean niños”, ese debe ser el nuevo lema, tal vez se convierta en una frase pegadiza si la escribimos a continuación de un numeral “#dejenquelosniñosseanniños” y tal vez se viralice en las redes, a tal punto que lleguemos a comprender lo que arriesgamos por impedir que las futuras generaciones tengan una oportunidad de elevar a nuestra sociedad, sin la necesidad de usar de escalera a aquellas heridas emocionales que no terminan de cicatrizar jamás.

Te soñé


“Todo el tiempo estoy pensando en ti”. Ayer te volví a soñar y esto, terriblemente, ya se está volviendo costumbre. Ya hubiera querido acostumbrarme a una rutina, juntos, o a tus besos o a tu voz cuando me susurrabas al oído que me amabas y que temías que nada fuera más que solo parte de un sueño y que tuvieras que despertar.

Creo que tú como nadie me ha inspirado, para bien o para mal, a escribir todo aquello que mi alma calla y que mi mente no logra silenciar. Contigo comprobé empíricamente que la cantidad de tiempo que vivimos juntos es irrelevante, lo único que importa es la calidad de ese periodo, de cada minuto bien invertido en tu compañía, con música, lluvia, noche, otoño, frío y nada que nos impidiese amarnos sin reservas.

Es irrelevante la manera en la que te pienso inconscientemente cada día que paso lejos de ti, es absurda la idea de mantener tu imagen latente en mi mente porque la mía de la tuya se borró como todo aquello que nos hizo uno aquella tempranera lluvia.

No tiene sentido capturarte en un retrato que simplemente no logro borrar, no es coherente que me pregunte qué hubiera sido de nosotros si no hubiéramos tenido aquella inoportuna interrupción, y aunque sé que la respuesta es caos y dolor, solo me entretengo imaginando un final alternativo a esta narrativa de tortura, en un lamentable intento de cerrar este círculo y volver a la normalidad, pero es imposible.

Deberías venir con una advertencia inscripta debajo del tatuaje en tu muñeca izquierda: “Aún los efectos secundarios te harán sentir que valió la pena”. Tal vez en tu mente de cualidades infinitas y amor propio limitado, no logras visualizar el impacto que tu presencia causa en las vidas de las personas y andas por ahí derrochando amor, rompiendo corazones, robando sonrisas a granel y partiendo, sin dejar rastro siquiera de tu sombra, aunque, en realidad ahí estás y fui yo quien partió para evitarle más rasguños a su ya lastimada alma.

¿Será que piensas en mí tanto como yo en ti? No tiene importancia, ya no siento nada por ti, por tu “yo” de hoy, del presente, a ese le desconozco, nunca le vi, sus dedos no acariciaron mi piel, el único que me roba atención es aquel que quedó allá, en el limbo junto a mí, los dos, solos, abrazados por el silencio de la noche, por la luz de la luna llena que fue cómplice nuestra desde el principio, pero si “tú” no me haces falta, entonces el “tú” de ayer le hace falta a la “yo” del mismo tiempo, solo que no le dejé a mi “yo” en paz, que descansara y le dije que estaba bien pensarte, extrañarte, le di luz verde para que hiciera lo que pensara mejor para que no le dolieras tanto, para que por fin las lágrimas de sus ojos dejaran de persistir, porque debo admitir, que a mí misma, la “yo” de ese entonces me dio lástima, viéndola desangrarse por ti, por aquel que prometió amarla y protegerla, por aquel que planeó una vida con ella, juntos, con un futuro incierto al igual que cada segundo que se amaron.

Debo convencerla para que te deje ir, antes de que desfallezca del dolor y desasosiego de no saberte suyo para siempre jamás.