“Todo el tiempo estoy pensando en
ti”. Ayer te volví a soñar y esto, terriblemente, ya se está volviendo
costumbre. Ya hubiera querido acostumbrarme a una rutina, juntos, o a tus besos
o a tu voz cuando me susurrabas al oído que me amabas y que temías que nada
fuera más que solo parte de un sueño y que tuvieras que despertar.
Creo que tú como nadie me ha
inspirado, para bien o para mal, a escribir todo aquello que mi alma calla y
que mi mente no logra silenciar. Contigo comprobé empíricamente que la cantidad
de tiempo que vivimos juntos es irrelevante, lo único que importa es la calidad
de ese periodo, de cada minuto bien invertido en tu compañía, con música,
lluvia, noche, otoño, frío y nada que nos impidiese amarnos sin reservas.
Es irrelevante la manera en la
que te pienso inconscientemente cada día que paso lejos de ti, es absurda la
idea de mantener tu imagen latente en mi mente porque la mía de la tuya se
borró como todo aquello que nos hizo uno aquella tempranera lluvia.
No tiene sentido capturarte en un
retrato que simplemente no logro borrar, no es coherente que me pregunte qué
hubiera sido de nosotros si no hubiéramos tenido aquella inoportuna
interrupción, y aunque sé que la respuesta es caos y dolor, solo me entretengo
imaginando un final alternativo a esta narrativa de tortura, en un lamentable
intento de cerrar este círculo y volver a la normalidad, pero es imposible.
Deberías venir con una
advertencia inscripta debajo del tatuaje en tu muñeca izquierda: “Aún los
efectos secundarios te harán sentir que valió la pena”. Tal vez en tu mente de
cualidades infinitas y amor propio limitado, no logras visualizar el impacto
que tu presencia causa en las vidas de las personas y andas por ahí derrochando
amor, rompiendo corazones, robando sonrisas a granel y partiendo, sin dejar
rastro siquiera de tu sombra, aunque, en realidad ahí estás y fui yo quien
partió para evitarle más rasguños a su ya lastimada alma.
¿Será que piensas en mí tanto
como yo en ti? No tiene importancia, ya no siento nada por ti, por tu “yo” de
hoy, del presente, a ese le desconozco, nunca le vi, sus dedos no acariciaron
mi piel, el único que me roba atención es aquel que quedó allá, en el limbo
junto a mí, los dos, solos, abrazados por el silencio de la noche, por la luz
de la luna llena que fue cómplice nuestra desde el principio, pero si “tú” no
me haces falta, entonces el “tú” de ayer le hace falta a la “yo” del mismo
tiempo, solo que no le dejé a mi “yo” en paz, que descansara y le dije que
estaba bien pensarte, extrañarte, le di luz verde para que hiciera lo que
pensara mejor para que no le dolieras tanto, para que por fin las lágrimas de
sus ojos dejaran de persistir, porque debo admitir, que a mí misma, la “yo” de
ese entonces me dio lástima, viéndola desangrarse por ti, por aquel que
prometió amarla y protegerla, por aquel que planeó una vida con ella, juntos,
con un futuro incierto al igual que cada segundo que se amaron.
Debo convencerla para que te deje
ir, antes de que desfallezca del dolor y desasosiego de no saberte suyo para
siempre jamás.
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