Es
increíble cómo todo puede cambiar de la noche a la mañana, “todo”, esa palabra
baúl que abarca demasiado y no especifica a qué se refiere, pues, cuando “algo”
que creías importante afecta el rumbo de la vida, “todo” se ve perturbado.
De
un día para otro te convertiste en ese todo que abarcaba cada rincón de mi
vida, llenaste todos los espacios que ni siquiera sabía que existían.
Hoy
mi alma está hecha trizas, el corazón late a mil, ya no por la confusión de
emociones que me hacías sentir, sino por un coctel mortal de ansiedad y
desilusión. Así como supiste elevarme y hacerme flotar con un solo beso, con tu
mirada, así también me hiciste caer de golpe y las heridas sangran y no
coagulan.
Una
noche apuntaste con el dedo índice a la luna. Dijiste que era el sol. Yo así lo
creí.
La
mente humana juega un papel importante en la cotidianeidad de las personas,
eleva, destruye, mata y crea ilusiones.
Pienso
y no dejo de pensar, en qué punto exactamente me equivoqué, cuándo debía de
haberme dado cuenta, cuándo debía haberme apartado para siempre, aún sigo
sintiendo que no debo hacerlo por más de que todo indique lo contrario.
Es
imposible amar aquello que uno desconoce, eso dice mi lógica, mi mente, pero el
amor carece de dicha virtud, no tiene pies ni cabeza, no tiene sentido, no
tiene razón de ser, simplemente sucede y ya.
¿Recuerdas
que compartimos un espacio y un tiempo en los que nadie más existía? Yo lo
recuerdo como si hubiera sido ayer, pero no lo fue, ayer no estábamos ahí tú y
yo, estaban dos casi desconocidos compartiendo el mismo espacio reducido de
siempre que de repente se volvió inmenso y frío.
No
era el lugar, no era el tiempo, eras tú. Tú iluminabas todo a tu paso con esa
sonrisa que aún amo, pero sin ella no hay vida, solo hay oscuridad y desacierto.
Quisiera
volver al limbo. Ese limbo que se supone que sea limbo, que sea eterno, sin
fin, sin cortes, sin interrupciones, ¿por qué tuvimos que salir de allí y
volver a la triste y monótona realidad? Te sentí allí una utopía, y utopía
fuiste y utopía sigues siendo.
Desearía
darte tan solo la mitad de mis fuerzas para que no desfallezcas, para que
renazcas como un ave Félix, para que te dediques solo a ser feliz, a reír, a
amar, a sentir profundamente todo, sí todo, absolutamente todo, excepto dolor.
Deberías de reír, sonreír, con esa sonrisa sincera con la que hasta tus ojos
sonríen, acompañando a tu boca en un vals de nunca acabar.
Y
quiero un mundo perfecto para ti, contigo, porque sin ti ya nada sería
perfecto. ¿Recuerdas esas veinticinco imágenes? Esa vida que por un instante
imaginamos como propia, esa rutina, ese día a día al cual no le temíamos,
porque sabíamos que se iban a llenar de recuerdos y buenos momentos y tal vez
algunos malos, nada que una charla, un té caliente y un abrazo en silencio no
puedan arreglar. Así lo veo yo, así lo siento yo.
No
sé si que deseo más, detener el tiempo contigo o hacerlo transcurrir para que
tus heridas sanen, y así pueda yo acariciar tus cicatrices y susurrarte al oído
que estoy orgullosa de ti, porque fuiste valiente y fuerte y emergiste de lo
más profundo de todo aquello que un ser humano necesita sentir para apreciar la
verdadera felicidad en su ausencia.
Te
imagino a ti y a mí viendo el atardecer, y tal vez alguna que otra vez sentados
con una manta a nuestro alrededor viendo como el alba tímidamente surge del
horizonte.
Aquellas
aparentes banalidades o trivialidades se vuelven el paraíso por estar junto a
quien amas, y quien te ama. Esos pequeños gestos, detalles que hacen que cada
día sea diferente, que al esbozar un recuerdo de cualquiera de ellos la boca se
tuerza un poco y emane una sonrisa pícara y cómplice.
Quise
cuidar de ti, darte mi vida entera para hacerte saber que estoy para ti, que tu
amor me da fuerzas para sonreír y que tu sonrisa sincera es el motor de mi
vida. Y quise que cuides de mí, sabiendo que en tus brazos podía hallar un
refugio seguro y que tus caricias fueran mi medicina, mientras al oído me
cantaras una canción que, porque me conoces, sabes que me gusta y porque me
amas y te amo sabes que es el cielo escuchar tu voz.
Y
nos trazamos algunos pequeños planes que el efímero momento compartido no nos
dejó concretar, pero debo admitir que fui inmensamente feliz imaginando el más
tarde, el mañana, el fin de semana, y ahí te veía, en cada día, en cada
momento, en cada canción, en cada inhalar y exhalar.
Los
dos somos polos opuestos y los dos somos semejantes, y la incredulidad nos
abraza fuera del limbo y cada uno toma su precaución, a la manera que mejor
conoce.
Encuentro
contradicciones en tus afirmaciones bien hiladas, encuentras hipérboles en mis
expresiones, y nos damos vueltas en una calle sin salida que nos desagrada y
que a nadie le hace ningún bien.
Estoy
aquí, y estás allí y quiero estar una vez más en un punto medio, que todo
vuelva a ser amor, calma, quietud, silencio, y algunas risas. Y tuvimos eso
hace tan poco y por tan poco tiempo, y me gustó y lo deseo y me arranca el ser
ver como el viento lleva esos recuerdos escurridizos de mi mente y me dice que
nunca fue, o que si tal vez fue, ya fue suficiente, y no quiero que sea
suficiente, pero ese viento que alguna vez nos dijo que nos amáramos, hoy nos
dice que es tiempo de partir, que lo nuestro es poco convencional y que no hay
historia de amor ni en la literatura ni en la mitología que compruebe una
veracidad semejante, y contra todo pronóstico, aquí me tienes, pensándote, y me
preguntas el porqué, ¿acaso puedes dar sabias razones de todo lo que
compartimos juntos, de las coincidencias y de lo mágicos momentos que parecían
evaporarse cuando más nos gustaba? Lo dudo.
Y
razones me faltan para querer continuar este idílico romance un tanto
caricaturesco y razones me sobran para decirte lo que realmente siento, eso que
dos veces no se siente, eso que despertaste en mí y yo en ti, eso que me
descoloca y me saca de mi zona de control para someterme al influjo de aquello
que los sabios, filósofos, escritores y por qué no, científicos, denominan como
“amor”.
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