Recuerdo haberte preguntado
aquella noche, qué pasaría mañana, me habías dicho que dolería un tiempo y que
luego todo quedaría atrás.
A ratos minimizabas lo ocurrido,
a ratos tu alma se derramaba a través de tus ojos porque sabías que ya nada sería
igual. Hicimos una tregua, un limbo dentro del limbo, pretendiendo que nada
había ocurrido y que todo ese dolor era parte de una mala broma que me gastaste
y que yo te había seguido la corriente, te prometo que a ratos hasta me creí
esa mentira, así era menos doloroso.
Recuerdo que esa noche tuvo el
final que menos esperaba, no pensé que todo aquello implicaría un cambio
radical en esa vida tan efímera que compartimos en ese espacio y en ese tiempo
que dejaban de existir cuando nos juntábamos, allí donde éramos solos tú y yo,
allí donde las horas no corrían, allí donde el mayor de los sueños era que no
acabara, que fuera real, que nos pudiéramos amar, así, intensamente, siempre.
Una eternidad puede implicar a penas días, y ese eterno momento a tu lado fueron
solo segundos, pero esa noche, esa terrible noche, duró demasiado, horas, días,
semanas y duran aún unos meses.
Y tuvimos todo aquello que no
creímos encontrar jamás, y vivimos intensamente como si no hubiera existido un
mañana, nos amamos, nos amamos locamente antes de que la realidad nos reventara
los sesos con un mazo para darnos cuenta de que no podíamos simplemente ser así
de felices y ya.
Desafiamos demasiadas teorías,
muchas reglas naturales, ciencias, química, física y lógica, jugamos con planos
establecidos y la vida nos cobró caro, nos empujó, así, sutilmente, nos dejó
sentir, nos hizo necesitarnos, sin tu piel no existía absolutamente nada.
Los dos, un apartamento vacío,
una ventana, un horizonte, una ciudad callada que no sabía de nuestra complicidad,
de nuestra pertenencia, de nuestro sentir único e inigualable.
La realidad nos pegó con un mazo,
sí. Quisimos desafiar a la naturaleza, en realidad por un breve momento lo
hicimos, pero nada es gratis, y además olvidamos aquello fundamental que nos
había advertido desde el comienzo: nuestra humanidad.
Esa humanidad implicaba amar sin
límites, poseer y ser poseído de la manera más sutil y a la vez intensa, pero a
la vez implicaba cometer errores, equivocaciones abismales que impedirían
volver ese no tiempo atrás y simplemente olvidarlo todo, para volver a empezar
y a disfrutarnos en ese invierno de lluvia, yo al lado tuyo, tú al lado mío,
sintiendo el palpitar de tu pecho.
Pasó una eternidad desde aquella
vez que nos fundimos en ese limbo al que llamamos nuestro, y nos perdimos en
ese no tiempo, en ese no espacio y confundimos la realidad con la fantasía, y
pensaste que lo ocurrido sería olvidado fácilmente, y te equivocaste pensando
que todo aquello que me diste daría suficiente peso en la balanza, para
simplemente olvidarlo todo.
Te amé tanto, no me importaron ni
las circunstancias ni el tiempo, decidí obviar demasiados detalles para
disfrutarte, así como yo quise, así como a ti te gustaba, hasta que supe que
algo había sucedido, que nuestro sagrado lugar había sido violentado por
fuerzas ajenas, tal vez inclusive maléficas y envidiosas, y lo peor de todo fue
que tú lo permitiste.
Hoy eres parte de un recuerdo,
que me viene cada tanto cuando transito los pasos que dimos juntos, cuando miro
al horizonte y nos veo allí parados hablando sobre planes y futuros inciertos,
que nunca se llegarían a concretar. Y ya no duele, no duele tanto, y hoy ya no
pienso en el porqué, simplemente te guardo en mi mente como un recuerdo más,
uno que casi pienso fue tan solo producto de un sueño. A veces pienso que te
soñé, no tenemos una sola fotografía juntos, no nos dio el tiempo de tomarnos
una porque teníamos toda una vida por delante, una vida en la que haríamos
propia una rutina cargada de abrazos, charlas y buenas películas, de caminatas,
viajes y risas, de cartas, juegos de mesa y buena música, por eso no hubo
apuro.
De a poco te dejo ir, supongo que
aprendí algo, pero sé que disfruté, de ello no me arrepiento y ni tú ni nadie
me podrá jamás sacar eso. Quedó en mi memoria tu perfume y la temperatura de la
piel de tu cuello cuando apoyaba allí mi cabeza cansada, el lugar más seguro
del mundo hasta que tú decidiste destruirlo completo; y recuerdo tus manos y
tus dedos entrelazados con los míos y tu risa entrecortada y tus llamadas a
medianoche. Quedó tan atrás todo, tan allá que ya no estoy segura de que
hubiera ocurrido en esta realidad que nos terminó por abrasar.
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