Dicen los que saben que la percepción es muy
importante, que permite dilucidar aquello que los sentidos no captan y mal
interpretan o simplemente no quieren interpretar.
Mi percepción me dice algo que mis sentidos no logran
captar, algo que se me está escapando de manera escurridiza y que no logro
definir, ese algo lo es todo, ese algo es clave pero no sé qué es.
“No todo lo que brilla es oro” y “cuando el milagro es
muy grande hasta el santo desconfía”, son dos frases célebres más que
acertadas, además de “no hay peor ciego que aquel que no quiera ver”, y quiero
ver, me da miedo saber lo que descubriré pero tarde o temprano lo haré.
Ojalá el tiempo se detuviese para así poder pensar con
claridad, con soltura y dejar de tomar decisiones precipitadas una tras otra,
ojalá aprovechara mejor el tiempo para tomar esas decisiones, y ojalá las
decisiones difíciles pudieran ser tomadas por una suerte de oráculo que sabe lo
que es mejor para mí y cuya decisión es indiscutiblemente acertada. Ojalá, pero
no es así.
Ojalá los seres humanos fuéramos más sensatos en
nuestro proceder, dañamos el ambiente que nos rodea, lastimamos a quienes nos
quieren, nos aislamos cuando nos necesitan, abundamos cuando se quiere estar
solo, hablamos cuando es inoportuno y callamos cuando el otro solo espera una
palabra de nuestra boca, y el orgullo nos traiciona y no pensamos con la
cabeza, pensamos con el impulso y así se nos pasa la vida en un abrir y cerrar
de ojos.
Interpretamos mal reacciones ajenas, emitimos señales
erradas que terminan por causar estragos de alguna u otra manera, nos
equivocamos más de lo que acertamos, y luego nos arrepentimos de lo que
hicimos, o dejamos de hacer.
Esto de vivir en la sociedad, como parte de ella es una
cuestión de convenciones, y a pesar de las reglas generales que se encuentran
estipuladas, esto parece ser una ecuación compleja en manos de un literato.
Y el estrés abunda y lidera nuestras vidas y no hay
tiempo, no hay un minuto para detenernos y relajarnos porque siempre hay algo
que hacer, y nos olvidamos de tener tacto con los demás y usamos tonos de voz
que son ajenos a nuestra naturaleza pacífica, y día a día destruimos aquello
que más amamos, somos predadores de lo que nos es indispensable.
Nos hablamos con ausencia de vocativos como si el otro
tuviera la obligación de darse por entendido o darse por querido porque claro,
es una pérdida de tiempo hablarle a una persona dirigiéndonos a la misma por su
nombre o por aquel bello sustantivo que alguna vez prostituimos repitiéndolo
como disco rayado.
Y se nos pasan los años y así la vida, suponiendo
demasiado, suponiendo que todos los demás entienden nuestra lucha interior,
suponiendo que seremos incomprendidos y que lo mejor es callar hasta reventar,
y suponemos que somos los únicos que pasamos por eso, que todos los demás
tienen su vida resuelta detrás de esa sonrisa falsa que visten cada mañana y
que a la noche en la privacidad de sus habitaciones, cuelgan en el closet y que
luego la transmiten a través de fingidos emoticones con mil gestos diferentes
que hace tiempo no son lucidas con sinceridad.
Damos por sentado todo en nuestra rutina, y cuando algo
cambia abruptamente, cuando alguien se marcha porque no da para más, quedamos
sorprendidos e hipócritamente ofendidos ya que no lo esperábamos, pues claro,
pensamos que con el mínimo esfuerzo, todo estará en el lugar que corresponde.
Vivimos una vida llena de actividades que carecen de
verdadero valor, llenamos de ocupaciones nuestros días y no permitimos que
siquiera quede un momento significativo en cada jornada, que mañana se
convertirá en un bello recuerdo que tal vez al recurrir a él en momentos
aleatorios, nos robe una sonrisa sincera, de esas que no se necesitan forzar.
Al final de una no breve cantidad de tiempo
transcurrido, coleccionamos honores, logros académicos, fotografías de buenos
momentos que en realidad no reflejaban absolutamente el contexto, y poseemos más
objetos que carecen de importancia, y coleccionamos amigos virtuales y nos
olvidamos de cómo olía un libro nuevo y como sabe una buena taza de café recién
molido, nos olvidamos de recordar esos pequeños detalles que los demás tuvieron
por un buen tiempo con nosotros y que dimos por sentado, como todo lo demás,
como el éxito logrado en distintos ámbitos cuando nos olvidamos de ese
chiquillo que todos llevamos dentro y que alguna vez fue el motor de nuestros
sueños que nos llevó a estar parados donde estamos hoy.
Ojalá me deshumanizara un poco en el día a día, no para
ser aquella definición peyorativa de “deshumanizada” sino para perder aquel
defecto de la humanidad que tanto daño causa, que tanto dolor transmite, que
genera malos ratos, carencias de risas y de Carpe Diem, ojalá volviéramos todos
a esa cualidad animal que nos identifica en las ciencias naturales, no para
volvernos salvajes ni nada por el estilo, sino para ser más agradecidos con lo
que nos rodea, que nuestra mayor preocupación sea alimentarnos en el día a día
y mantenernos con vida y que lograrlo sea motivo de algarabía, y que no llenemos
nuestra rutina de actividades, labores, compromisos que nos llevan a mayores
adquisiciones y que al obtenerlas nos damos cuenta de que jamás estuvimos más
lejos de ser felices, de sentirnos amados, de estar agradecidos. Con esto no
afirmo una relación unívoca entre adquisiciones e infelicidad, más bien me
refiero a que a veces estamos tan ensimismados en la meta que olvidamos
disfrutar el camino, y cuando por fin la alcanzamos, esa expectativa de
explosión de felicidad en el pecho no es más que una vaga chispa que ni pudo
encender una pequeña llama.
Irónicamente yo misma debería de aplicar esto a mi
vida, son tan breves los momentos de reflexión, de disfrute, de felicidad que
pareciera que me veo absorbida por una rutina que ni siquiera la considero mía,
a veces pareciera que vivo una vida ajena, mientras espero a que llegue mi
suplente, tome mi lugar y me diga que soy libre de irme a hacer lo que quiero.
Es patético, lo sé, no tengo la certeza de tener más
adeptos en esta pequeña reflexión, sin embargo no creo ser una isla que
interpreta de una manera tan aislada las circunstancias que le toca vivir, o
que yo misma en realidad atraje a mis días.
Vivimos en una época, en una sociedad que tiene la cura
para todo, sin embargo jamás he visto gente más miserable, taciturna y con
semejante una mirada perdida, caminando como autómata sin vestigios de
felicidad y satisfacción en su rostro; hay pastillas para todos los males: para
la depresión, para la ansiedad, para el estrés, para dormir, para mantenerse
despierto, para los dolores de cabeza, los dolores musculares, para todo tipo
de expresión y sensación que nos recuerde que nos componemos de emociones, que
sentimos, que sufrimos, que amamos y que extrañamos y que nada de eso es correcto.
Ojalá recordáramos descalzarnos para conectar nuestros
pies a esa tierra que nos vio germinar, ojalá disfrutáramos de la lluvia, del
frío, del calor y de las flores primaverales, ojalá el aroma a flor de coco en
el mes de octubre nos robara una sonrisa por hacernos recordar que se acerca la
navidad en vez de deprimirnos porque ya se acaba el año y que una vez más
postergamos mucho, no alcanzamos a efectuar ni la mitad de la lista que nos
planteamos ejecutar la última vez.
Ojalá fuéramos agradecidos con aquello que nos rodea,
no a manera de un patético conformismo, sino que nos diéramos cuenta de que hoy
es el momento, hoy es el momento especial que tanto esperábamos para lucir
aquella prenda que guardábamos con celo en el ropero, hoy es el día para usar
ese perfume, para vestir una bella sonrisa y dar los buenos días a cualquier
persona que esté dispuesta a recibirlos, y así que la vida se nos llene de
aparentemente insignificantes momentos que en su suma nos den aire, que eviten
que nuestro pecho se llene de puntadas, nuestras noches de insomnio o pesadillas
y que levantarse por la mañana no sea tan difícil al igual que acostarse por la
noche.
Ojalá viéramos que el don de la vida es suficiente para
ser felices, que todo lo demás es un mero producto del marketing que otros
seres humanos inventaron para llenar de papeles impresos en color verde sus
sofocados bolsillos, ojalá nos diéramos cuenta de lo que realmente importa y
que no es egoísta permitirnos ser felices, hacer lo que nos guste sin tener que
justificarnos y amar con locura, con pasión lo que sea que amemos, como si no
existiese un mañana.
Photo: Biera Cubilla