Hacía ya unos
años que se fue a vivir a Suiza, tuvo una oportunidad laboral temporal la que
le consiguió un pariente y dejó atrás su tierra de azahares y ñandutíes.
Ya le había
tomado el gusto a vivir en un primer mundo, el orden, los deberes, los
derechos, el respeto e inclusive se había acostumbrado al clima; cada invierno
aprovechaba para darse escapadas a las montañas con sus esquíes a cuesta.
Era ya un
experto. Cuando necesitaba relajarse, despejar la mente, recurría a esa
adrenalina que le generaba practicar el deporte invernal.
Para su mala
suerte, una repentina avalancha interrumpió su paseo y lo dejó enterrado; poco
a poco la nieve blanda y fresca lo dejó caer en una helada caverna que
impediría que fuera rescatado. Como uno nunca supone que algo le irá a pasar,
él no le comentó a nadie que iría a esquiar, tenía apenas algunas herramientas,
agua y algunas barras de proteínas consigo que no le ayudarían a vivir más que
unos pocos días.
Para su
sorpresa, luego de investigar un poco el lugar, se encontró con otro ser
viviente, un ser humano y como el mundo no es tan grande y su país menos, era
nada más y nada menos que un compatriota suyo. Como todo paraguayo cuando
encuentra a un paisano en el exterior, le saludó, ambos se abrazaron y dejaron
caer lágrimas de felicidad, hablaron sin cesar, a pesar de que sabían que sus
horas estaban contadas.
Disfrutaron
de buenas charlas, hablaron en guaraní y fueron dormitándose al compás de unas
gotas de agua que sonaban delicadamente al caer.
Horas después
despertó deseando que todo fuera un sueño, pero se alegró de al menos haber
hecho un amigo nuevo; mientras se desperezaba y despabilaba notó no solo la
ausencia de su querido nuevo amigo, sino también de la poca comida y agua que
tenía consigo y así mismo de sus herramientas: Le había robado todo, todo,
hasta las últimas esperanzas.
Un ataque de
pánico hizo que su cuerpo temblara como una hoja al viento en otoño; de los
nervios y de la desesperación comenzó a reír a carcajadas mientras a la vez
lloraba; vio su vida pasar frente a sus ojos mientras tiritaba de frío, el
hambre y la falta de proteínas ya impedían que su cuerpo generara algo de
calor.
Murió con una
sonrisa irónica, sabiendo que su querido paisano, luego de tantos años, lo hizo
sentir como en casa.
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