jueves, 19 de enero de 2017

La susceptibilidad existencial

“Iba a salir con un chico. Me llamó y era paraguayo. Cuando me empezó a hablar, cancelé la cita”.
Charlotte Caniggia
Una mediática argentina llamada Charlotte Caniggia, a quien francamente, quizás por la falta de interés que tengo hacia el espectáculo porteño televisivo, quizás por ignorante, no conocía hasta hace unos días atrás, cuando se volvió noticia nacional al hacer un comentario “xenófobo” en un programa de su país llamado “Pasapalabra”.
La evidentemente brillante mujer cuenta una anécdota de cómo iba a “quedar” con un chico y que cuando la llama y se da cuenta de que es paraguayo cancela la cita porque el hablar paraguayo “le re baja” o dicho sea de otra manera coloquial nuestra “le corta el mambo”.
Como la cultura de nuestra nación se centra en telenovelas latinas, fútbol, programuchos con “modelos” de dudosa formación y paupérrimas imitaciones de programas de la TV argenta; esta clase de comentarios realmente nos llega al “cora”. Sino, ¿por qué habría de importarnos el gusto de acentos que tiene una X a quien no veneramos y tal vez ni conocemos? Pero claro, más allá de la pobre cultura que consumimos, la baja autoestima de pueblito mediterráneo que tenemos, nos enfurecemos más porque dicho comentario lo emite una kurepa, pero ojo, decir kurepa o kurepi no es xenofobia, es de cariño nomás.
No sé qué me parece más ridículo, que la gente “experta en lingüística” salga a dar largas tesis sobre el hecho de que no existe un idioma o acento paraguayo porque todos hablamos español (y claro que el castellano paraguayo es exactamente el mismo que el colombiano, el venezolano y el chileno y se sigue sin entender la función real de un lingüista) o que le consideren persona no grata a dicha señorita, como si viniera de compras al supermercado a Paraguay cada fin de semana… Insisto, su existencia para este país es IRRELEVANTE, no soluciona la corrupción, la economía, la inseguridad ni los niños en situación de calle, poniéndolo de otra manera:
-¿Viste lo que dijo la estúpida kurepa esa Charlotte Caniggia?
-¿Quién?
-…
Como nación tenemos dos extremos: somos paraguayos cuando nos ponemos la casaca de la albirroja al disputarse el orgullo guaraní en la Copa América o en el Mundial (te acordás hemano qué tiempos aquellos…) y cuando ofenden a algo totalmente irrelevante como a nuestro acento (la ofensa es la irrelevante, no el acento, a manera de no herir a nadie). En serio, mientras a nosotros nos agrade lo que nos identifica, ¿necesitamos ser tan susceptibles a comentarios como estos? Por supuesto que sí, porque eso es lo que consumimos, programuchos de farándula, y luego nos quejamos de nuestra mediocridad apuntando con el dedo al mandatario de turno.
Malditos kurepas xenófobos, siempre se burlan de nosotros, pero cuando les imitamos el acento rioplatense, su “sheismo” y demás yerba es solo para ser simpáticos y reírnos un poco, es que se merecen por ser creídos esos, desde la Guerra Grande que les tenemos hambre por robarnos territorio… cuando en realidad los bandeirantes son los que causaron mayores estragos y nuestros hermanos de las provincias kurepas eran encadenados al frente para luchar contra nosotros porque no querían matarnos, pero bueno, eso no importa, les tenemos hambre a los argentinos por pesados, creídos y porque sí, y eso es lo que importa.
No sé qué me preocupa más, que como preferencia de relaciones interpersonales una mujer de los medios de un país vecino no se emocione al escuchar el acento paraguayo del otro lado del teléfono o que eso ocupe la portada de nuestras noticias; o que no le dejemos entrar a nuestro copetín a comprar croqueta con coca de por vida…
Tenemos problemas mayores, tenemos un calor de 45 grados que nos frita el cerebro y estamos día a día mirando atrás cada vez que escuchamos una moto acercarse, y nuestro acento es bello para algunos y corta mambo para otros, no todos tenemos la obligación de opinar igual y hasta donde sé día a día hay marchas en pos de la tolerancia y la libre expresión pero a la hora de la verdad nosotros mismos pisoteamos aquello que exigimos.
Está bien, que ella se disculpe por decir que no le gusta nuestro acento, y ahora nosotros nos disculpamos por remedar a los argentinos y prometemos no volverlo a hacer y logramos un equilibrio perfecto en el universo. Pero no, igual estaríamos nosotros en desventaja al dejar de burlarnos de ellos, la xenofobia no es bidireccional, lo es solo cuando alguien se refiere peyorativamente a nuestra cultura. Volvemos al punto de partida, exigimos tolerancia pero no la otorgamos, exigimos respeto pero no respetamos.
Dejemos de ser una sociedad hipócrita escondida detrás de excusas descabelladas, refugiándonos tras el eterno “aichenjarangarismo” con el que nos identificamos cada vez que debemos ser responsables de nuestros actos.

http://nanduti.com.py/2017/01/16/la-susceptibilidad-existencial3/

viernes, 6 de enero de 2017

De la fantasía a la realidad

“El único lugar donde el éxito llega antes que el trabajo es en el diccionario.”  Vidal Sassoon

Todos crecemos con la idea de la existencia de la “serendipia”, cuyo equivalente en inglés suena más atractivo: “serendipity”, palabra que se encuentra casi a la altura de “carpe diem” (especial para hacerse un tatuaje; entra en la misma categoría de los atrapasueños y búhos intelectuales).
La serendipia podría interpretarse como un “hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual” con la que básicamente vivimos a la expectativa de que un milagro nos ocurra y solucione instantáneamente todo aquello que aqueja nuestra tranquilidad. O al menos soñamos con que nos suceda eso que traerá magia a nuestras vidas, rescatándonos de la tediosa cotidianeidad.
Desde pequeños nos hacen creer que la vida se resolverá de forma fortuita en su debido momento, desde las películas animadas con las que crecimos (y con eso no digo que a los niños se les debe de dar con un mazo de realidad en el día a día) hasta la religión, cuya función principal tiende a ser torturarnos, hacernos sentir culpables por ser seres humanos (es inevitable, así fuimos creados o a esto evolucionamos) y humillarnos por esa condición “carnal”, para luego con el corazón contrito, mucha humildad y modestia, consagrarnos con fe a esperar aquello que cosechemos (y que a la hora de la repartición de bendiciones, luego de un duro trabajo psicológico recibido y un síndrome de Estocolmo adquirido, sentimos que sólo nos merecemos más penurias), tal vez ganarnos el reino, tal vez que nos sea imposible ser felices cuando carezcamos de dificultades.
Las películas animadas infantiles nos muestran fantasías bonitas sí, pero que tienden a idealizar nuestro futuro: casarnos con un príncipe, tener hijos rubios de ojos azules, usar zapatillas de cristal (no creo que sean cómodas), magia, hechicería, madrastras malvadas, hadas madrinas, castillos, dinero, corceles y finales felices que tarde o temprano siempre llegan. Lo de la gente malvada poniéndonos zancadillas, lo entiendo, pero el resto está un poco por encima del alcance del común denominador, que aún con todo el esfuerzo y fe de su vida jamás logrará  y obviamente, en la realidad el castillo, la corona y el príncipe no necesariamente son lo que soñamos.
“La vida se resolverá fortuitamente”, “todo saldrá bien”, “verás que las cosas mejorarán”, “este negocio sí funcionará”, “esta vez sí le pego al gordo de la lotería”, “tendré mucho dinero para hacer lo que quiero”, “conoceré a la persona perfecta”, son frases utópicas que empleamos en el día a día con la mayor convicción de nuestras almas, esperando que se cumplan. Lo peor de todo es que crecemos, maduramos y nos estrellamos contra la dura realidad, pero de todas maneras no logramos destetarnos de la fantasía; quien más quien menos piensa que algún día le tocará la suerte, mientras otros se desencantan y unos terceros, pocos comparados a los demás, raros en su especie, luchan por alcanzar esos sueños por más descabellados que sean.
No pretendo dar cátedras sobre lo que deberíamos o no pensar, yo misma a veces tengo que pinchar mi propio globo para pisar tierra y enfocarme en la realidad, es difícil pero a la vez, irónicamente es más fácil pensar que todo se solucionará por cuestiones del destino… Tal vez necesitemos esa abstracta motivación para levantarnos de la cama cada mañana a fin de enfrentar la vida cotidiana.
Sería fantástico poder saltar al vacío con una fe inquebrantable, sabiendo que abajo hay una forma de sobrevivir a la caída, hay quienes no lo logran y hay quienes ni siquiera lo intentan.
Tengo la ferviente convicción de que es necesario encontrar un punto medio, un equilibrio entre la fantasía y la realidad, para ser felices o al menos tener una suma de momentos felices a lo largo de nuestras vidas; por ejemplo no podemos vivir desconectados de la realidad dedicándonos a soñar como si solo necesitáramos aire para existir y tampoco debemos matarnos trabajando para pagar cuentas hasta morir sin disfrutar de aquello que nos gusta.
Es indispensable buscar ese equilibrio, ya lo dije; evitemos pensar que los problemas se resolverán fortuitamente, pero al mismo tiempo, dejemos de esclavizarnos a nosotros mismos solo para permitirnos disfrutar más adelante cuando ya no nos quede tiempo ni energías.
Cada vez tenemos más y más de lo que queremos, pero ¿tenemos aquello que realmente necesitamos, lo que nos hace realmente felices? ¿Acaso debemos volver a tiempos más simples cuando con poco se era feliz?
“A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.” Oscar Wilde

Tomémonos el tiempo de saber quiénes somos, qué nos gusta, qué nos apasiona y qué nos hace únicos y vivamos esta vida; según ciencias y religiones hay vidas después de esta, pero ¿y si no? Esto será todo, vivir aceleradamente medio siglo, abrumados por las responsabilidades, la globalización, las deudas, los problemas, las expectativas hasta que el reloj biológico pare su tic-tac… ¿en serio? ¿Tanto esfuerzo en la creación o en la evolución para que terminemos sin siquiera dejar huellas en una o dos generaciones venideras? No lo creo. Pienso que debemos conocernos y apreciarnos, darnos un respiro de vez en cuando, desenchufarnos y vivir.

“No se tome la vida demasiado en serio; nunca saldrá usted vivo de ella.” Elbert Hubbard

Si hoy fuera el último día, si tuviéramos esa certeza, ¿acaso haríamos lo mismo de siempre? Hagamos que suceda, propiciemos nuestra serendipia.

“Al final, lo que importa no son los años de 
vida, sino la vida de los años" Abraham Lincoln



Año Nuevo, vida nueva

Llega fin de año, todo el mundo parece acelerarse más de lo normal, hay que ver qué comer, tener ropa blanca que vestir, las uvas, el brindis, la fiesta, la vuelta a la manzana con las valijas y todo aquello que guarde relación con las tradiciones de Año Nuevo.
La lista de resoluciones o metas que “se llevarán a cabo” en el 2017 no se dejan esperar y las frases optimistas poco originales en las redes sociales, tampoco.
Se deja todo para último momento, inclusive la actitud positiva porque el nuevo año se viene con “365 nuevas oportunidades” que probablemente no serán ni remotamente aprovechadas.
Si miráramos hacia atrás para ver cuántas de las metas propuestas cumplimos, podríamos decepcionarnos, tenemos unas 48 horas antes de que acabe el año por si quisiéramos realizar alguna todavía.
“Procrastinar” esa suculenta palabra que todos evitamos asociar a nuestra realidad, siempre hay algo para hacer, no hay tiempo, podemos hacerlo luego, y cuando nos damos cuenta, las campanadas de las 12 del 31 nos pega fuerte diciéndonos que dejamos pasar un año más sin lograr los objetivos propuestos.
Ojalá no fuere el caso, ojalá nos despidamos de este 2016 satisfechos, habiendo bajado de peso a tiempo, habiendo publicado, practicado deportes, habiendo pasado tiempo de calidad con los seres queridos, habiendo aprendido una nueva habilidad. Ojalá.
Leí hace poco una reflexión por Navidad, en donde el autor destacaba que aquello que realmente queremos requiere esfuerzo, no ocurren milagros fortuitos que nos solucionan la vida (no frecuentemente al menos), inclusive teniendo fe, no podemos sentarnos a esperar que todo suceda mágicamente, cualquier sueño que tengamos, tiene un precio, la cuestión es: ¿estamos o no dispuestos a pagarlo? Quiero aprender japonés pero no quiero estudiar todos los sábados por la mañana durante tres años para aprender a defenderme en tal idioma. Quiero tener un físico envidiable y sacarme mil fotos en la playa pero no puedo decir que no a todo lo que me invitan a comer. Quiero disfrutar más de mis amigos y familia pero no tengo tiempo, tengo muchas responsabilidades.
Quiero… pero… Estamos a tiempo, 48 horas para lograr una meta pequeña como empezar a caminar o poner el celular en silencio una hora para escuchar la misma historia que la abuela nos narra una y otra vez con brillo en los ojos y emoción en la voz.
Nada ocurre fortuitamente y si sucede es una baja probabilidad en millones, mientras no seamos la clara excepción a la regla podríamos proyectarnos a lograr lo que deseemos, ya sea material o inmaterial, cueste caro o barato, tome mucho o poco esfuerzo, mientras podamos a corto o largo plazo decir “lo logré”.
No sabemos cuánto tiempo de vida tenemos, no quiero salir con la abusada frase latina “carpe diem” pero sí con la idea de la misma, no sumar días vanos llenos de nada, tomar fotos para recordar, como si sacáramos con rollos que debemos revelar, imágenes que cuenten, que narren alguna historia que con el correr del tiempo nos haga sonreír.
No dejemos que otro año se evapore, y no pretendamos llevar a cabo mil metas a la vez, un paso primero, luego otro, nunca es tarde para comenzar, por más de que en plenas fiestas se haga dieta o se empiece un 29 a ir al gimnasio. Nunca le daremos el gusto a la gente, por lo tanto que la metas de todos este nuevo año que comienza sea darnos nosotros mismos el gusto, ¿quién nos conoce mejor? Nadie.

¡Feliz 2017!

http://nanduti.com.py/2016/12/30/ano-nuevo-vida-nueva1/

Perspectiva generacional


“Temo el día en el que la tecnología sobrepase a la humanidad, y el mundo tenga una generación de idiotas.” Albert Einstein

Esta frase con tan poco dice bastante, podría generar interminables debates entre los que están de acuerdo y los que no. A mi criterio, no estaba tan equivocado.
La tecnología en sí no tiene malicia ni tampoco bondad, es el uso que el ser humano le da el que beneficia o daña, gracias a ella la vida en el día a día nos es mucho más fácil y a la vez estresante, otra vez, insisto, acorde al uso que le damos.
Hace pocos días me tocó asistir a un concierto de música de punk rock, un grupo canadiense que por primera vez llegó a Paraguay y del que fui fanática cuando estaba en el colegio, simplemente no me lo podía perder.
Ni bien llegué noté la gran brecha generacional, a pesar de estar en mis veintes, la mayoría era menor que yo, cosa no me importó para nada.
Comenzó el concierto y a medida que tocaban las músicas “de antaño” (de unos quince años atrás, quizás menos) yo me comportaba como siempre los de mi generación lo hicimos: cantaba a viva voz (de manera totalmente desafinada), gritaba a cada rato, alzaba los brazos y cuando correspondía saltaba como si fuera el fin del mundo, más allá de la extraña reacción ante mi manera de actuar por parte de los más jóvenes (se tapaban los oídos cuando los pocos que lo hacíamos, gritábamos; trataban de que no se los tocara cuando todos saltábamos, etc.), a mí me sorprendió la suya.
Claro está que, cada nueva generación se cree mejor que la anterior y viceversa, sin embargo, dejando mis casi treinta atrás y siendo objetiva, me pareció de lo más lamentoso que en vez de disfrutar un concierto en vivo de una banda que supuestamente encanta al público asistente, esta nueva generación (en su mayoría y no totalidad) invierta su tiempo en enviar breves videos a cinco redes sociales diferentes, suba fotos para etiquetar lo bien que la está pasando, mientras la vida está ocurriendo ahora, ahí, y todos pegados al celular… claro está que no tengo nada en contra del aparato en sí, yo misma tomé unas cuantas fotos, otros grabaron sus canciones favoritas, genial; pero no importa que tan joven o vieja sea, no hay forma de que le vea el sentido a perderse un concierto por estar comunicándole al mundo lo bien que la está pasando cuando su mayor “disfrute” es ver qué emoticón ponerle al video antes de mandarlo al snap.
La tecnología nos facilita la vida, de hecho que salva vidas, nos ahorra tiempo, nos da comodidad, pero ¿acaso no estamos yendo un poco lejos? Yo creo que sí.
Sería utópico imaginar un concierto del grupo que sea en el que solo se permita el uso del celular, digamos, durante la primera canción, luego, los organizadores podrían usar un software que bloquee no solo el Internet sino que las cámaras también, para que aprendan a vivir el momento, a disfrutar el hoy, el ahora, el acá. Toda mi vida me pasé de puntillas (debido a mi estatura) en los conciertos para alcanzar a ver algo, ahora se suman los celulares brillantes y el mamerto que usa flash como si fuera poco.
¿Sería mucho pedir un poco de moderación? Poder disfrutar de un concierto, de una merienda, de un café, de una reunión familiar sin estar comunicándolo todo en las redes?  No tiene nada de malo subir fotos con los seres queridos o la mascota o lo que sea, pero en serio, ¿tan dependientes somos de un aparatito que ni era parte de nuestras vidas quince años atrás?
Dejemos de ser parte de una generación de idiotas, no nos muramos por quedarnos sin batería, escuchemos lo que pasa a nuestro alrededor, miremos hacia arriba, que la vida todavía nos puede sorprender y embellecer. Viajemos, no para generar envidia; amemos, no para generar celos; salgamos en las fotos para tener buenos recuerdos de momentos inolvidables, no para promocionar nuestro vacío interior.
Si mañana todo el sistema colapsa y nos quedamos desconectados, ¿sabremos ser felices con lo que tenemos, sin poderlo compartir, sin esperar “me gusta”? Esa es la pregunta que deberíamos de hacernos cada día, y si la respuesta es “no”, entonces debemos hacer algunos cambios en nuestras vidas.

Apaguemos el aparatito, salgamos a caminar, a compartir, a leer, a escuchar buena música o a sentarnos en silencio a soñar despiertos, como alguna vez lo hicimos, algún tiempo atrás, antes de volvernos esclavos de aquello que fue creado para facilitarnos la vida.