“Temo el día en el que la tecnología sobrepase a la
humanidad, y el mundo tenga una generación de idiotas.” Albert Einstein
Esta frase con tan poco dice
bastante, podría generar interminables debates entre los que están de acuerdo y
los que no. A mi criterio, no estaba tan equivocado.
La tecnología en sí no tiene
malicia ni tampoco bondad, es el uso que el ser humano le da el que beneficia o
daña, gracias a ella la vida en el día a día nos es mucho más fácil y a la vez
estresante, otra vez, insisto, acorde al uso que le damos.
Hace pocos días me tocó asistir a
un concierto de música de punk rock, un grupo canadiense que por primera vez
llegó a Paraguay y del que fui fanática cuando estaba en el colegio,
simplemente no me lo podía perder.
Ni bien llegué noté la gran brecha
generacional, a pesar de estar en mis veintes, la mayoría era menor que yo,
cosa no me importó para nada.
Comenzó el concierto y a medida que
tocaban las músicas “de antaño” (de unos quince años atrás, quizás menos) yo me
comportaba como siempre los de mi generación lo hicimos: cantaba a viva voz (de
manera totalmente desafinada), gritaba a cada rato, alzaba los brazos y cuando
correspondía saltaba como si fuera el fin del mundo, más allá de la extraña
reacción ante mi manera de actuar por parte de los más jóvenes (se tapaban los
oídos cuando los pocos que lo hacíamos, gritábamos; trataban de que no se los
tocara cuando todos saltábamos, etc.), a mí me sorprendió la suya.
Claro está que, cada nueva
generación se cree mejor que la anterior y viceversa, sin embargo, dejando mis
casi treinta atrás y siendo objetiva, me pareció de lo más lamentoso que en vez
de disfrutar un concierto en vivo de una banda que supuestamente encanta al
público asistente, esta nueva generación (en su mayoría y no totalidad) invierta
su tiempo en enviar breves videos a cinco redes sociales diferentes, suba fotos
para etiquetar lo bien que la está pasando, mientras la vida está ocurriendo
ahora, ahí, y todos pegados al celular… claro está que no tengo nada en contra
del aparato en sí, yo misma tomé unas cuantas fotos, otros grabaron sus
canciones favoritas, genial; pero no importa que tan joven o vieja sea, no hay
forma de que le vea el sentido a perderse un concierto por estar comunicándole
al mundo lo bien que la está pasando cuando su mayor “disfrute” es ver qué
emoticón ponerle al video antes de mandarlo al snap.
La tecnología nos facilita la vida,
de hecho que salva vidas, nos ahorra tiempo, nos da comodidad, pero ¿acaso no
estamos yendo un poco lejos? Yo creo que sí.
Sería utópico imaginar un concierto
del grupo que sea en el que solo se permita el uso del celular, digamos,
durante la primera canción, luego, los organizadores podrían usar un software
que bloquee no solo el Internet sino que las cámaras también, para que aprendan
a vivir el momento, a disfrutar el hoy, el ahora, el acá. Toda mi vida me pasé
de puntillas (debido a mi estatura) en los conciertos para alcanzar a ver algo,
ahora se suman los celulares brillantes y el mamerto que usa flash como si
fuera poco.
¿Sería mucho pedir un poco de
moderación? Poder disfrutar de un concierto, de una merienda, de un café, de
una reunión familiar sin estar comunicándolo todo en las redes? No tiene nada de malo subir fotos con los
seres queridos o la mascota o lo que sea, pero en serio, ¿tan dependientes
somos de un aparatito que ni era parte de nuestras vidas quince años atrás?
Dejemos de ser parte de una
generación de idiotas, no nos muramos por quedarnos sin batería, escuchemos lo
que pasa a nuestro alrededor, miremos hacia arriba, que la vida todavía nos
puede sorprender y embellecer. Viajemos, no para generar envidia; amemos, no
para generar celos; salgamos en las fotos para tener buenos recuerdos de
momentos inolvidables, no para promocionar nuestro vacío interior.
Si mañana todo el sistema colapsa y
nos quedamos desconectados, ¿sabremos ser felices con lo que tenemos, sin
poderlo compartir, sin esperar “me gusta”? Esa es la pregunta que deberíamos de
hacernos cada día, y si la respuesta es “no”, entonces debemos hacer algunos
cambios en nuestras vidas.
Apaguemos el aparatito, salgamos a
caminar, a compartir, a leer, a escuchar buena música o a sentarnos en silencio
a soñar despiertos, como alguna vez lo hicimos, algún tiempo atrás, antes de
volvernos esclavos de aquello que fue creado para facilitarnos la vida.
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