viernes, 6 de enero de 2017

Perspectiva generacional


“Temo el día en el que la tecnología sobrepase a la humanidad, y el mundo tenga una generación de idiotas.” Albert Einstein

Esta frase con tan poco dice bastante, podría generar interminables debates entre los que están de acuerdo y los que no. A mi criterio, no estaba tan equivocado.
La tecnología en sí no tiene malicia ni tampoco bondad, es el uso que el ser humano le da el que beneficia o daña, gracias a ella la vida en el día a día nos es mucho más fácil y a la vez estresante, otra vez, insisto, acorde al uso que le damos.
Hace pocos días me tocó asistir a un concierto de música de punk rock, un grupo canadiense que por primera vez llegó a Paraguay y del que fui fanática cuando estaba en el colegio, simplemente no me lo podía perder.
Ni bien llegué noté la gran brecha generacional, a pesar de estar en mis veintes, la mayoría era menor que yo, cosa no me importó para nada.
Comenzó el concierto y a medida que tocaban las músicas “de antaño” (de unos quince años atrás, quizás menos) yo me comportaba como siempre los de mi generación lo hicimos: cantaba a viva voz (de manera totalmente desafinada), gritaba a cada rato, alzaba los brazos y cuando correspondía saltaba como si fuera el fin del mundo, más allá de la extraña reacción ante mi manera de actuar por parte de los más jóvenes (se tapaban los oídos cuando los pocos que lo hacíamos, gritábamos; trataban de que no se los tocara cuando todos saltábamos, etc.), a mí me sorprendió la suya.
Claro está que, cada nueva generación se cree mejor que la anterior y viceversa, sin embargo, dejando mis casi treinta atrás y siendo objetiva, me pareció de lo más lamentoso que en vez de disfrutar un concierto en vivo de una banda que supuestamente encanta al público asistente, esta nueva generación (en su mayoría y no totalidad) invierta su tiempo en enviar breves videos a cinco redes sociales diferentes, suba fotos para etiquetar lo bien que la está pasando, mientras la vida está ocurriendo ahora, ahí, y todos pegados al celular… claro está que no tengo nada en contra del aparato en sí, yo misma tomé unas cuantas fotos, otros grabaron sus canciones favoritas, genial; pero no importa que tan joven o vieja sea, no hay forma de que le vea el sentido a perderse un concierto por estar comunicándole al mundo lo bien que la está pasando cuando su mayor “disfrute” es ver qué emoticón ponerle al video antes de mandarlo al snap.
La tecnología nos facilita la vida, de hecho que salva vidas, nos ahorra tiempo, nos da comodidad, pero ¿acaso no estamos yendo un poco lejos? Yo creo que sí.
Sería utópico imaginar un concierto del grupo que sea en el que solo se permita el uso del celular, digamos, durante la primera canción, luego, los organizadores podrían usar un software que bloquee no solo el Internet sino que las cámaras también, para que aprendan a vivir el momento, a disfrutar el hoy, el ahora, el acá. Toda mi vida me pasé de puntillas (debido a mi estatura) en los conciertos para alcanzar a ver algo, ahora se suman los celulares brillantes y el mamerto que usa flash como si fuera poco.
¿Sería mucho pedir un poco de moderación? Poder disfrutar de un concierto, de una merienda, de un café, de una reunión familiar sin estar comunicándolo todo en las redes?  No tiene nada de malo subir fotos con los seres queridos o la mascota o lo que sea, pero en serio, ¿tan dependientes somos de un aparatito que ni era parte de nuestras vidas quince años atrás?
Dejemos de ser parte de una generación de idiotas, no nos muramos por quedarnos sin batería, escuchemos lo que pasa a nuestro alrededor, miremos hacia arriba, que la vida todavía nos puede sorprender y embellecer. Viajemos, no para generar envidia; amemos, no para generar celos; salgamos en las fotos para tener buenos recuerdos de momentos inolvidables, no para promocionar nuestro vacío interior.
Si mañana todo el sistema colapsa y nos quedamos desconectados, ¿sabremos ser felices con lo que tenemos, sin poderlo compartir, sin esperar “me gusta”? Esa es la pregunta que deberíamos de hacernos cada día, y si la respuesta es “no”, entonces debemos hacer algunos cambios en nuestras vidas.

Apaguemos el aparatito, salgamos a caminar, a compartir, a leer, a escuchar buena música o a sentarnos en silencio a soñar despiertos, como alguna vez lo hicimos, algún tiempo atrás, antes de volvernos esclavos de aquello que fue creado para facilitarnos la vida.

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