“El único lugar donde el éxito llega antes que el trabajo es en el diccionario.” Vidal Sassoon
Todos crecemos con la idea de la
existencia de la “serendipia”, cuyo equivalente en inglés suena más atractivo: “serendipity”,
palabra que se encuentra casi a la altura de “carpe diem” (especial para
hacerse un tatuaje; entra en la misma categoría de los atrapasueños y búhos
intelectuales).
La serendipia podría
interpretarse como un “hallazgo valioso que se produce de manera accidental o
casual” con la que básicamente vivimos a la expectativa de que un milagro nos
ocurra y solucione instantáneamente todo aquello que aqueja nuestra
tranquilidad. O al menos soñamos con que nos suceda eso que traerá magia a
nuestras vidas, rescatándonos de la tediosa cotidianeidad.
Desde pequeños nos hacen creer
que la vida se resolverá de forma fortuita en su debido momento, desde las
películas animadas con las que crecimos (y con eso no digo que a los niños se
les debe de dar con un mazo de realidad en el día a día) hasta la religión,
cuya función principal tiende a ser torturarnos, hacernos sentir culpables por
ser seres humanos (es inevitable, así fuimos creados o a esto evolucionamos) y
humillarnos por esa condición “carnal”, para luego con el corazón contrito,
mucha humildad y modestia, consagrarnos con fe a esperar aquello que cosechemos
(y que a la hora de la repartición de bendiciones, luego de un duro trabajo
psicológico recibido y un síndrome de Estocolmo adquirido, sentimos que sólo
nos merecemos más penurias), tal vez ganarnos el reino, tal vez que nos sea
imposible ser felices cuando carezcamos de dificultades.
Las películas animadas infantiles
nos muestran fantasías bonitas sí, pero que tienden a idealizar nuestro futuro:
casarnos con un príncipe, tener hijos rubios de ojos azules, usar zapatillas de
cristal (no creo que sean cómodas), magia, hechicería, madrastras malvadas,
hadas madrinas, castillos, dinero, corceles y finales felices que tarde o
temprano siempre llegan. Lo de la gente malvada poniéndonos zancadillas, lo
entiendo, pero el resto está un poco por encima del alcance del común
denominador, que aún con todo el esfuerzo y fe de su vida jamás logrará y obviamente, en la realidad el castillo, la
corona y el príncipe no necesariamente son lo que soñamos.
“La vida se resolverá
fortuitamente”, “todo saldrá bien”, “verás que las cosas mejorarán”, “este
negocio sí funcionará”, “esta vez sí le pego al gordo de la lotería”, “tendré
mucho dinero para hacer lo que quiero”, “conoceré a la persona perfecta”, son
frases utópicas que empleamos en el día a día con la mayor convicción de
nuestras almas, esperando que se cumplan. Lo peor de todo es que crecemos,
maduramos y nos estrellamos contra la dura realidad, pero de todas maneras no
logramos destetarnos de la fantasía; quien más quien menos piensa que algún día
le tocará la suerte, mientras otros se desencantan y unos terceros, pocos
comparados a los demás, raros en su especie, luchan por alcanzar esos sueños
por más descabellados que sean.
No pretendo dar cátedras sobre lo
que deberíamos o no pensar, yo misma a veces tengo que pinchar mi propio globo
para pisar tierra y enfocarme en la realidad, es difícil pero a la vez,
irónicamente es más fácil pensar que todo se solucionará por cuestiones del
destino… Tal vez necesitemos esa abstracta motivación para levantarnos de la
cama cada mañana a fin de enfrentar la vida cotidiana.
Sería fantástico poder saltar al
vacío con una fe inquebrantable, sabiendo que abajo hay una forma de sobrevivir
a la caída, hay quienes no lo logran y hay quienes ni siquiera lo intentan.
Tengo la ferviente convicción de
que es necesario encontrar un punto medio, un equilibrio entre la fantasía y la
realidad, para ser felices o al menos tener una suma de momentos felices a lo
largo de nuestras vidas; por ejemplo no podemos vivir desconectados de la
realidad dedicándonos a soñar como si solo necesitáramos aire para existir y
tampoco debemos matarnos trabajando para pagar cuentas hasta morir sin
disfrutar de aquello que nos gusta.
Es indispensable buscar ese
equilibrio, ya lo dije; evitemos pensar que los problemas se resolverán
fortuitamente, pero al mismo tiempo, dejemos de esclavizarnos a nosotros mismos
solo para permitirnos disfrutar más adelante cuando ya no nos quede tiempo ni
energías.
Cada vez tenemos más y más de lo
que queremos, pero ¿tenemos aquello que realmente necesitamos, lo que nos hace
realmente felices? ¿Acaso debemos volver a tiempos más simples cuando con poco
se era feliz?
“A
veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda
nuestra vida se concentra en un solo instante.” Oscar Wilde
Tomémonos el tiempo de saber
quiénes somos, qué nos gusta, qué nos apasiona y qué nos hace únicos y vivamos esta
vida; según ciencias y religiones hay vidas después de esta, pero ¿y si no?
Esto será todo, vivir aceleradamente medio siglo, abrumados por las
responsabilidades, la globalización, las deudas, los problemas, las
expectativas hasta que el reloj biológico pare su tic-tac… ¿en serio? ¿Tanto
esfuerzo en la creación o en la evolución para que terminemos sin siquiera
dejar huellas en una o dos generaciones venideras? No lo creo. Pienso que
debemos conocernos y apreciarnos, darnos un respiro de vez en cuando,
desenchufarnos y vivir.
“No
se tome la vida demasiado en
serio; nunca saldrá usted vivo de ella.” Elbert Hubbard
Si hoy fuera el último día, si
tuviéramos esa certeza, ¿acaso haríamos lo mismo de siempre? Hagamos que
suceda, propiciemos nuestra serendipia.
“Al
final, lo que importa no son los años de
vida, sino la vida de los años" Abraham Lincoln
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