Llega fin de año, todo el mundo
parece acelerarse más de lo normal, hay que ver qué comer, tener ropa blanca
que vestir, las uvas, el brindis, la fiesta, la vuelta a la manzana con las
valijas y todo aquello que guarde relación con las tradiciones de Año Nuevo.
La lista de resoluciones o metas
que “se llevarán a cabo” en el 2017 no se dejan esperar y las frases optimistas
poco originales en las redes sociales, tampoco.
Se deja todo para último momento,
inclusive la actitud positiva porque el nuevo año se viene con “365 nuevas
oportunidades” que probablemente no serán ni remotamente aprovechadas.
Si miráramos hacia atrás para ver
cuántas de las metas propuestas cumplimos, podríamos decepcionarnos, tenemos
unas 48 horas antes de que acabe el año por si quisiéramos realizar alguna
todavía.
“Procrastinar” esa suculenta
palabra que todos evitamos asociar a nuestra realidad, siempre hay algo para
hacer, no hay tiempo, podemos hacerlo luego, y cuando nos damos cuenta, las
campanadas de las 12 del 31 nos pega fuerte diciéndonos que dejamos pasar un
año más sin lograr los objetivos propuestos.
Ojalá no fuere el caso, ojalá nos
despidamos de este 2016 satisfechos, habiendo bajado de peso a tiempo, habiendo
publicado, practicado deportes, habiendo pasado tiempo de calidad con los seres
queridos, habiendo aprendido una nueva habilidad. Ojalá.
Leí hace poco una reflexión por
Navidad, en donde el autor destacaba que aquello que realmente queremos
requiere esfuerzo, no ocurren milagros fortuitos que nos solucionan la vida (no
frecuentemente al menos), inclusive teniendo fe, no podemos sentarnos a esperar
que todo suceda mágicamente, cualquier sueño que tengamos, tiene un precio, la
cuestión es: ¿estamos o no dispuestos a pagarlo? Quiero aprender japonés pero
no quiero estudiar todos los sábados por la mañana durante tres años para
aprender a defenderme en tal idioma. Quiero tener un físico envidiable y
sacarme mil fotos en la playa pero no puedo decir que no a todo lo que me
invitan a comer. Quiero disfrutar más de mis amigos y familia pero no tengo
tiempo, tengo muchas responsabilidades.
Quiero… pero… Estamos a tiempo,
48 horas para lograr una meta pequeña como empezar a caminar o poner el celular
en silencio una hora para escuchar la misma historia que la abuela nos narra
una y otra vez con brillo en los ojos y emoción en la voz.
Nada ocurre fortuitamente y si
sucede es una baja probabilidad en millones, mientras no seamos la clara
excepción a la regla podríamos proyectarnos a lograr lo que deseemos, ya sea
material o inmaterial, cueste caro o barato, tome mucho o poco esfuerzo,
mientras podamos a corto o largo plazo decir “lo logré”.
No sabemos cuánto tiempo de vida
tenemos, no quiero salir con la abusada frase latina “carpe diem” pero sí con
la idea de la misma, no sumar días vanos llenos de nada, tomar fotos para
recordar, como si sacáramos con rollos que debemos revelar, imágenes que
cuenten, que narren alguna historia que con el correr del tiempo nos haga
sonreír.
No dejemos que otro año se
evapore, y no pretendamos llevar a cabo mil metas a la vez, un paso primero,
luego otro, nunca es tarde para comenzar, por más de que en plenas fiestas se
haga dieta o se empiece un 29 a ir al gimnasio. Nunca le daremos el gusto a la
gente, por lo tanto que la metas de todos este nuevo año que comienza sea
darnos nosotros mismos el gusto, ¿quién nos conoce mejor? Nadie.
¡Feliz 2017!
http://nanduti.com.py/2016/12/30/ano-nuevo-vida-nueva1/
http://nanduti.com.py/2016/12/30/ano-nuevo-vida-nueva1/
No hay comentarios:
Publicar un comentario