domingo, 27 de noviembre de 2016

El azar de la vida


La vida en sí en un juego de azar, una lotería y a veces pienso que hasta inclusive es un juego de mesa que entretiene a unos seres superiores similares a los integrantes del Olimpo, es la única explicación que le encuentro.

Entre mil oportunidades que tenemos, de ellas en el mayor de los casos ni siquiera es para nuestro beneficio, un simple ejemplo: conocer a la persona perfecta en el momento menos apropiado de sus vidas. Una situación en la que hay más peros que vamos, en la cual uno simplemente no puede dejarse llevar, dejar que todo fluya, volver a ese carpe diem medieval por si mañana se nos acabara la vida.

Y deseo decir tanto pero solo callo, y deseo expresar mucho, pero me limito a imaginar y soñar como si fuera a suceder en la realidad, por lo menos se materializa en mi mente y de alguna manera, en mis pensamientos más remotos realizo esa catarsis que por cientos de razones diferentes no puedo llevarlas a cabo.

Sería increíble, desafiante y excitante ser egoísta por tan solo un día y que no importe nada más que experimentar todo aquello que está prohibido por barreras mentales, sociales y hasta éticas. Ojalá, pero no.

Muchas veces dudo del propósito de ciertas experiencias, supuestamente de cada de ellas, ya sea mala o buena, algo se aprende. Tal vez ya estoy cansada de aprender, harta de buscarle la moraleja cuando solo deseo disfrutar y ya.

Conoces a ese ser ideal, a la representación física de esas virtudes y cualidades que has almacenado mentalmente con el correr del tiempo: cuenta con el atractivo, es interesante, inteligente, tiene sentido del humor, y no podría ser menos oportuno. Justo allí cuando decidiste que no querías a nadie más en tu vida, justo ahí cuando decidiste dedicarte tiempo a ti misma para culminar proyectos pendientes, sueños que quedaron casi en el olvido; allí aparece él, sonriente y yo no puedo evitar sonreírle también.

Qué inoportuno, más que increíble, por lo menos una teoría sin fundamentos se comprobó sola: él sí existe, tiene nombre y apellido, es de carne y hueso, y sonríe de una forma en que ya ningún argumento es válido más que observarlo con cara de tonta, fijándome en cada detalle de su rostro: el ceño fruncido cuando relata las experiencias de su vida, las manos de largos y finos dedos que apoya en su frente para expresar hartazgo o desagrado mientras narra sus historias, la cabeza inclinada cuando me mira de tal manera que logra entrar directamente a mi mente, esos dientes torcidos con los que sonríe y que simplemente me encantan, adoro esa imperfección anatómica que le hace tan único, el tono de voz del que se vale cuando el ambiente es apropiado para alcanzar aquello que desea, y que yo, sin más remedio no puedo evitar.

Tiene nombre y apellido, es de carne y hueso, es real, y su voz me estremece y su piel huele a él y sus manos, al tacto, es lo único y todo lo que quiero sentir, y esa conexión, esa química, esa electricidad que recorre mi ser, cuando me mira, cuando me acaricia, cuando me besa, ¿por qué ahora?

Y pensaba tal vez que besaría atrozmente, y allí tendría una razón para dejar de pensar en él, evitar que me atrajera, echar todo por la borda; pero no. Su boca y la mía hablan el mismo idioma, se entienden, se conectan, se fusionan y no existe ya parámetro ni fundamento que pueda sostener para estar lejos de él.

Por unas horas no pude pensar en nada más. Cuando iba a encontrarlo, sentí que el corazón se me podría salir del pecho, las manos se me enfriaron abruptamente y recuerdo inclusive hasta haber temblado un poco. No podía pensar claramente, y era inevitable sonreír, indisimuladamente, haciéndole saber, sin voluntad, que yo también había esperado tanto ese café que se convirtió en cena, y esa cena que se convirtió en charla, y esa charla que se convirtió en química y contra esa química, no tuve antídoto.

Él es un hombre de aquellos que no se encuentran a la vuelta de la esquina, no es hombre por los años vividos, es hombre por la actitud, y lo sabe, y eso atrae aún más. Es un perfecto equilibrio entre seguridad, falta de modestia y un poco de arrogancia; pero no, es imposible que eso moleste, porque le calza perfecto, todo le queda a la medida: su sonrisa, el aroma que emana de su piel, sus manos, su mirada, su voz y su seguridad desmedida.

Aun así, no es arrogante, sabe opinar coherentemente, halagar con sutileza y a pesar de ser tan hombre, a ratos no es más que un chiquillo entusiasmado con eso nuevo que tanto quería, eso nuevo que le hago sentir, que no sé cómo logré porque no me lo propuse, pero sé que es exactamente lo mismo que él me hace sentir.

Y ahí estábamos, dos adolescentes que no pensaron en responsabilidades, en peros, en las horas transcurridas, en el lugar, en nada más que en ellos dos, y fuimos dos adolescentes que por primera vez nos comportamos así, actuamos como nunca antes y nos dimos el lujo de pertenecernos, aunque sea por un breve momento.

Desde aquella vez no lo volví a ver, supe de él y aún necesito saber de él. Luego de partir todo volvió a la normalidad: las responsabilidades, el sentido común, el razonamiento lógico; pero él, ¡ay!, él… él ya se me había impregnado hasta en el alma, y aunque traté de disimularlo, de negarlo, ya era demasiado tarde, porque él y sus dientes tocidos ya habían hecho suficiente para robarme sonrisas y suspiros cuando se le diera la gana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario