De por sí las generaciones venideras olvidan
el pequeño detalle de que el día que celebran el 16 de agosto como un “reyes de
mitad de año”, tuvo un origen bastante sangriento pero lleno de valentía.
Dicha fecha se celebra cada año como el día
del niño, en las escuelas hay festejos, los padres se encargan de regalar algo
a sus hijos como premio por ser infantes y no hay nada más emocionante para el
retoño que recibir esas atenciones especiales antes de cruzar la frontera rumbo
a la adolescencia.
En esta fecha emblemática una idea
reiterativa se cuela en la mente, la igualdad y la felicidad para todos los
niños de todos los estratos sociales, y con ello no se quiere implicar una mini
guerra de clases y que la burguesía y que los ricos y que los pobres, porque
Paraguay tiene un mayor problema que ese: por imposición las niñas se ven
obligadas a ser mujeres.
Festejamos el día del niño, sin embargo la
inocencia perdida de los mismos se ve acrecentando con el correr del tiempo,
alguna vez la preocupación de los defensores de los Derechos Humanos radicaba
en evitar que el niño trabajara para que no perdiera su condición de infante,
pero ante los actos de pederastia a los que cada vez se ve en mayor proporción
sometido, nadie se escandaliza, o tal vez sí y la mayor reacción es compartir
una devastadora opinión en las redes sociales.
No existe mayor hipocresía que la de nuestra
sociedad indignada porque en algún país del Medio Oriente hombres mayores
desposan a niñas, mientras bajo nuestras narices día a día nuestras pequeñas,
involuntariamente, se convierten en madres.
Poco antes de esta fecha, hizo un año que una
niña de diez años dio a luz al hijo que le “regaló” su padrastro bajo la nariz
de la madre –quien dicho sea de paso está a cargo de ambas niñas ahora- y no, esto
no es un cuento más de Josefina Plá, es la vida real, es el día a día, no es
ficción.
Ojalá nuestro mayor y peor problema fuera el
embarazo adolescente, pero no, los pedófilos no perdonan a las niñas –y niños-
y no existe ley real y efectiva que ampare a los menores, no solo de sus
agresores, sino de sus propias madres que consienten dichos crímenes.
Esperemos que nuestra sociedad se despabile
de su letargo, se sacuda el feudalismo que trae encima y se dé cuenta que allá
afuera hay un mundo que tiene preocupaciones más actualizadas como el tener que
importar basura para convertirla en energía, cerrar cárceles, otorgar la mejor
educación en el mundo y gratuita hasta los postgrados, permisos de maternidad
por meses, vacaciones pagadas, jornadas decentes de trabajo, salarios acorde a
la preparación, experiencia y cargo; etc.
“Dejen que los niños sean niños”, ese debe
ser el nuevo lema, tal vez se convierta en una frase pegadiza si la escribimos
a continuación de un numeral “#dejenquelosniñosseanniños”
y tal vez se viralice en las redes, a tal punto que lleguemos a comprender lo
que arriesgamos por impedir que las futuras generaciones tengan una oportunidad
de elevar a nuestra sociedad, sin la necesidad de usar de escalera a aquellas heridas
emocionales que no terminan de cicatrizar jamás.
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