domingo, 27 de noviembre de 2016

Una taza de café


El ser humano de por sí, a pesar de su encanto fisiológico desde el punto de vista científico, es un error de la creación. Usa, sí, sus defectos para alcanzar sus metas, como por ejemplo la avaricia para seguir obteniendo del jugoso valor adquisitivo sin compartirlo, las inseguridades para no confiar en nadie y aprender a valerse por sí mismo, sí, sí, no todo está perdido, hay pocos y bellos ejemplos que dar para describir el famoso vaso medio lleno.

Cómo se le llama, con una sola palabra a la persona que lo tiene todo, todo lo que siempre soñó y ni pensó que lo disfrutaría en carne propia en esta vida, una persona que teniéndolo todo no es feliz y critica lo que aún le falta siendo más lo que le sobra, cómo se le llama a alguien así, podría ser “malagradecido” pero no, se le llama “humano”.

La palabra “humanidad” (cualidad del humano), siempre fue relacionada con el lado bello de su semántica, qué tierno, pero según recuerdo la misma palabra es utilizada en contextos que permiten narrar su historia, no siempre como víctima, sino que también como causante de daños irreparables.

La humanidad es aquella que lleva a uno a quejarse por una interminable lista de banales detalles que teniéndolos al alcance de la mano, no significarían necesariamente la felicidad del portador.

Con esta reflexión no intento verle el lado “arcoíris” de la vida, sino todo lo contrario, la ingratitud del hombre.

Cada quien sabe qué le hace feliz, sin darse cuenta que lo tiene en su vida, día a día, y ¿qué hace?, se queja, en vez de disfrutar de lo que ya tiene. Y luego viene el dichoso karma del universo, nos saca aquello que nos hace felices pero que no supimos valorar, y que hasta que lo perdemos ni siquiera nos damos cuenta de su importancia.

Supongamos que mi felicidad está en una taza de café con un croissant, nada podría hacerme más feliz que algo tan simple como eso, ni siquiera un millón de dólares, pensándolo bien, con ese dinero podría comprar muchas tazas de café… como decía, esa es mi felicidad, todos los días los consumo pero no los disfruto y los doy por sentado, hasta que un día por una situación ajena a la ingesta, temporalmente me los prohíben. Las horas se vuelven más lentas, en todas partes huelo café, en las redes sociales todos mis amigos están tomando café, etc., y en ese momento clave me doy cuenta de que no lo valoré cuando lo podía consumir y que daría lo que fuera por volver a saborearlo.

Así mismo nos sucede con las relaciones interpersonales del tipo que sea, con amigos, con familiares, con la pareja, damos por sentado que lo que nos ocurre a nosotros es más relevante y que al fin y al postre ellos estarán ahí siempre para nosotros, no medimos las consecuencias de nuestros actos y a veces terminamos perdiendo más de lo que podríamos imaginar. Una relación no solo se ve rota porque una de las partes decide alejarse, también está presente en la vida de cada uno un factor indispensable, invisible y fácil de olvidar: el tiempo. El tiempo se agota, los días pasan y los años vuelan y cuando nos damos cuenta de todo lo que podíamos aprovechar tan solo dando un minuto de nuestra apretada agenda, es demasiado tarde.

Tuve hace poco una dinámica en una clase, me pusieron frente a una compañera a quien en un minuto debía decirle lo que sentía hacia ella, más allá de la incomodidad de la situación, fue impresionante lo largo que puede ser un minuto y cómo invirtiendo uno solo de nuestras 24 horas diarias, podríamos hacer el día del otro.

Esta reflexión no significa una epifanía, que al estilo película hollywoodense, terminaré con un final feliz haciendo solo lo que es correcto porque aprendí mi lección, pero al menos, después de pensar y analizar esto, veo la luz al final del túnel, y no, no es un tren por suerte, es la lamparita que se me prendió en la cabeza para realizar algunas notorias enmiendas a la rutina de la que tiendo a aburrirme.

Nos quejamos de la rutina que llevamos y nos olvidamos de que esa rutina nos identifica, es quienes somos, es una pequeña nación, con lo que su concepto conlleva, dentro nuestro; nos despertamos a la hora que nos queda mejor para realizar nuestras actividades, nos alimentamos de aquello que nos gusta y hace bien (no tendría mucho sentido consumir algo que nos desagrade o nos de alergias), vivimos con quienes elegimos, vemos los programas o películas que van con nuestra personalidad, leemos solo lo que nos interesa, decoramos nuestro hogar con los colores que nos plazcan, escuchamos música de nuestro agrado y usamos el champú que le va a nuestro tipo de cabello. Somos cada uno de nosotros una nación, con sus propias leyes, principios, deberes, derechos y por más de que las demás naciones no lo sepan entender o apreciar, defendemos a capa y espada nuestra soberanía, de la cual nos sentamos al final del día a quejarnos.

Hagamos que nuestra vida, nación, hogar, insisto, nación en el sentido que acabé de inventar; sea de nuestro agrado, y dejemos de elevar críticas destructivas a aquello que con tanto esfuerzo y tal vez sacrificio nos costó conseguir, y, si luego de un exhaustivo análisis hay algo que nos desagrada, pues cambiémoslo, no es el fin del mundo. El tiempo vuela y hoy en un mundo acelerado, globalizado, contaminado y plagado de stress, lo único que necesitamos es hallar nuestra felicidad en una taza de café con un croissant.

Feliz día del ex niño


De por sí las generaciones venideras olvidan el pequeño detalle de que el día que celebran el 16 de agosto como un “reyes de mitad de año”, tuvo un origen bastante sangriento pero lleno de valentía.

Dicha fecha se celebra cada año como el día del niño, en las escuelas hay festejos, los padres se encargan de regalar algo a sus hijos como premio por ser infantes y no hay nada más emocionante para el retoño que recibir esas atenciones especiales antes de cruzar la frontera rumbo a la adolescencia.

En esta fecha emblemática una idea reiterativa se cuela en la mente, la igualdad y la felicidad para todos los niños de todos los estratos sociales, y con ello no se quiere implicar una mini guerra de clases y que la burguesía y que los ricos y que los pobres, porque Paraguay tiene un mayor problema que ese: por imposición las niñas se ven obligadas a ser mujeres.

Festejamos el día del niño, sin embargo la inocencia perdida de los mismos se ve acrecentando con el correr del tiempo, alguna vez la preocupación de los defensores de los Derechos Humanos radicaba en evitar que el niño trabajara para que no perdiera su condición de infante, pero ante los actos de pederastia a los que cada vez se ve en mayor proporción sometido, nadie se escandaliza, o tal vez sí y la mayor reacción es compartir una devastadora opinión en las redes sociales.

No existe mayor hipocresía que la de nuestra sociedad indignada porque en algún país del Medio Oriente hombres mayores desposan a niñas, mientras bajo nuestras narices día a día nuestras pequeñas, involuntariamente, se convierten en madres.

Poco antes de esta fecha, hizo un año que una niña de diez años dio a luz al hijo que le “regaló” su padrastro bajo la nariz de la madre –quien dicho sea de paso está a cargo de ambas niñas ahora- y no, esto no es un cuento más de Josefina Plá, es la vida real, es el día a día, no es ficción.

Ojalá nuestro mayor y peor problema fuera el embarazo adolescente, pero no, los pedófilos no perdonan a las niñas –y niños- y no existe ley real y efectiva que ampare a los menores, no solo de sus agresores, sino de sus propias madres que consienten dichos crímenes.

Esperemos que nuestra sociedad se despabile de su letargo, se sacuda el feudalismo que trae encima y se dé cuenta que allá afuera hay un mundo que tiene preocupaciones más actualizadas como el tener que importar basura para convertirla en energía, cerrar cárceles, otorgar la mejor educación en el mundo y gratuita hasta los postgrados, permisos de maternidad por meses, vacaciones pagadas, jornadas decentes de trabajo, salarios acorde a la preparación, experiencia y cargo; etc.

“Dejen que los niños sean niños”, ese debe ser el nuevo lema, tal vez se convierta en una frase pegadiza si la escribimos a continuación de un numeral “#dejenquelosniñosseanniños” y tal vez se viralice en las redes, a tal punto que lleguemos a comprender lo que arriesgamos por impedir que las futuras generaciones tengan una oportunidad de elevar a nuestra sociedad, sin la necesidad de usar de escalera a aquellas heridas emocionales que no terminan de cicatrizar jamás.

Te soñé


“Todo el tiempo estoy pensando en ti”. Ayer te volví a soñar y esto, terriblemente, ya se está volviendo costumbre. Ya hubiera querido acostumbrarme a una rutina, juntos, o a tus besos o a tu voz cuando me susurrabas al oído que me amabas y que temías que nada fuera más que solo parte de un sueño y que tuvieras que despertar.

Creo que tú como nadie me ha inspirado, para bien o para mal, a escribir todo aquello que mi alma calla y que mi mente no logra silenciar. Contigo comprobé empíricamente que la cantidad de tiempo que vivimos juntos es irrelevante, lo único que importa es la calidad de ese periodo, de cada minuto bien invertido en tu compañía, con música, lluvia, noche, otoño, frío y nada que nos impidiese amarnos sin reservas.

Es irrelevante la manera en la que te pienso inconscientemente cada día que paso lejos de ti, es absurda la idea de mantener tu imagen latente en mi mente porque la mía de la tuya se borró como todo aquello que nos hizo uno aquella tempranera lluvia.

No tiene sentido capturarte en un retrato que simplemente no logro borrar, no es coherente que me pregunte qué hubiera sido de nosotros si no hubiéramos tenido aquella inoportuna interrupción, y aunque sé que la respuesta es caos y dolor, solo me entretengo imaginando un final alternativo a esta narrativa de tortura, en un lamentable intento de cerrar este círculo y volver a la normalidad, pero es imposible.

Deberías venir con una advertencia inscripta debajo del tatuaje en tu muñeca izquierda: “Aún los efectos secundarios te harán sentir que valió la pena”. Tal vez en tu mente de cualidades infinitas y amor propio limitado, no logras visualizar el impacto que tu presencia causa en las vidas de las personas y andas por ahí derrochando amor, rompiendo corazones, robando sonrisas a granel y partiendo, sin dejar rastro siquiera de tu sombra, aunque, en realidad ahí estás y fui yo quien partió para evitarle más rasguños a su ya lastimada alma.

¿Será que piensas en mí tanto como yo en ti? No tiene importancia, ya no siento nada por ti, por tu “yo” de hoy, del presente, a ese le desconozco, nunca le vi, sus dedos no acariciaron mi piel, el único que me roba atención es aquel que quedó allá, en el limbo junto a mí, los dos, solos, abrazados por el silencio de la noche, por la luz de la luna llena que fue cómplice nuestra desde el principio, pero si “tú” no me haces falta, entonces el “tú” de ayer le hace falta a la “yo” del mismo tiempo, solo que no le dejé a mi “yo” en paz, que descansara y le dije que estaba bien pensarte, extrañarte, le di luz verde para que hiciera lo que pensara mejor para que no le dolieras tanto, para que por fin las lágrimas de sus ojos dejaran de persistir, porque debo admitir, que a mí misma, la “yo” de ese entonces me dio lástima, viéndola desangrarse por ti, por aquel que prometió amarla y protegerla, por aquel que planeó una vida con ella, juntos, con un futuro incierto al igual que cada segundo que se amaron.

Debo convencerla para que te deje ir, antes de que desfallezca del dolor y desasosiego de no saberte suyo para siempre jamás.

Es increíble cómo todo puede cambiar de la noche a la mañana


Es increíble cómo todo puede cambiar de la noche a la mañana, “todo”, esa palabra baúl que abarca demasiado y no especifica a qué se refiere, pues, cuando “algo” que creías importante afecta el rumbo de la vida, “todo” se ve perturbado.

De un día para otro te convertiste en ese todo que abarcaba cada rincón de mi vida, llenaste todos los espacios que ni siquiera sabía que existían.

Hoy mi alma está hecha trizas, el corazón late a mil, ya no por la confusión de emociones que me hacías sentir, sino por un coctel mortal de ansiedad y desilusión. Así como supiste elevarme y hacerme flotar con un solo beso, con tu mirada, así también me hiciste caer de golpe y las heridas sangran y no coagulan.

Una noche apuntaste con el dedo índice a la luna. Dijiste que era el sol. Yo así lo creí.

La mente humana juega un papel importante en la cotidianeidad de las personas, eleva, destruye, mata y crea ilusiones.

Pienso y no dejo de pensar, en qué punto exactamente me equivoqué, cuándo debía de haberme dado cuenta, cuándo debía haberme apartado para siempre, aún sigo sintiendo que no debo hacerlo por más de que todo indique lo contrario.

Es imposible amar aquello que uno desconoce, eso dice mi lógica, mi mente, pero el amor carece de dicha virtud, no tiene pies ni cabeza, no tiene sentido, no tiene razón de ser, simplemente sucede y ya.

¿Recuerdas que compartimos un espacio y un tiempo en los que nadie más existía? Yo lo recuerdo como si hubiera sido ayer, pero no lo fue, ayer no estábamos ahí tú y yo, estaban dos casi desconocidos compartiendo el mismo espacio reducido de siempre que de repente se volvió inmenso y frío.

No era el lugar, no era el tiempo, eras tú. Tú iluminabas todo a tu paso con esa sonrisa que aún amo, pero sin ella no hay vida, solo hay oscuridad y desacierto.

Quisiera volver al limbo. Ese limbo que se supone que sea limbo, que sea eterno, sin fin, sin cortes, sin interrupciones, ¿por qué tuvimos que salir de allí y volver a la triste y monótona realidad? Te sentí allí una utopía, y utopía fuiste y utopía sigues siendo.



Desearía darte tan solo la mitad de mis fuerzas para que no desfallezcas, para que renazcas como un ave Félix, para que te dediques solo a ser feliz, a reír, a amar, a sentir profundamente todo, sí todo, absolutamente todo, excepto dolor. Deberías de reír, sonreír, con esa sonrisa sincera con la que hasta tus ojos sonríen, acompañando a tu boca en un vals de nunca acabar.

Y quiero un mundo perfecto para ti, contigo, porque sin ti ya nada sería perfecto. ¿Recuerdas esas veinticinco imágenes? Esa vida que por un instante imaginamos como propia, esa rutina, ese día a día al cual no le temíamos, porque sabíamos que se iban a llenar de recuerdos y buenos momentos y tal vez algunos malos, nada que una charla, un té caliente y un abrazo en silencio no puedan arreglar. Así lo veo yo, así lo siento yo.

No sé si que deseo más, detener el tiempo contigo o hacerlo transcurrir para que tus heridas sanen, y así pueda yo acariciar tus cicatrices y susurrarte al oído que estoy orgullosa de ti, porque fuiste valiente y fuerte y emergiste de lo más profundo de todo aquello que un ser humano necesita sentir para apreciar la verdadera felicidad en su ausencia.

Te imagino a ti y a mí viendo el atardecer, y tal vez alguna que otra vez sentados con una manta a nuestro alrededor viendo como el alba tímidamente surge del horizonte.

Aquellas aparentes banalidades o trivialidades se vuelven el paraíso por estar junto a quien amas, y quien te ama. Esos pequeños gestos, detalles que hacen que cada día sea diferente, que al esbozar un recuerdo de cualquiera de ellos la boca se tuerza un poco y emane una sonrisa pícara y cómplice.

Quise cuidar de ti, darte mi vida entera para hacerte saber que estoy para ti, que tu amor me da fuerzas para sonreír y que tu sonrisa sincera es el motor de mi vida. Y quise que cuides de mí, sabiendo que en tus brazos podía hallar un refugio seguro y que tus caricias fueran mi medicina, mientras al oído me cantaras una canción que, porque me conoces, sabes que me gusta y porque me amas y te amo sabes que es el cielo escuchar tu voz.

Y nos trazamos algunos pequeños planes que el efímero momento compartido no nos dejó concretar, pero debo admitir que fui inmensamente feliz imaginando el más tarde, el mañana, el fin de semana, y ahí te veía, en cada día, en cada momento, en cada canción, en cada inhalar y exhalar.

Los dos somos polos opuestos y los dos somos semejantes, y la incredulidad nos abraza fuera del limbo y cada uno toma su precaución, a la manera que mejor conoce.

Encuentro contradicciones en tus afirmaciones bien hiladas, encuentras hipérboles en mis expresiones, y nos damos vueltas en una calle sin salida que nos desagrada y que a nadie le hace ningún bien.

Estoy aquí, y estás allí y quiero estar una vez más en un punto medio, que todo vuelva a ser amor, calma, quietud, silencio, y algunas risas. Y tuvimos eso hace tan poco y por tan poco tiempo, y me gustó y lo deseo y me arranca el ser ver como el viento lleva esos recuerdos escurridizos de mi mente y me dice que nunca fue, o que si tal vez fue, ya fue suficiente, y no quiero que sea suficiente, pero ese viento que alguna vez nos dijo que nos amáramos, hoy nos dice que es tiempo de partir, que lo nuestro es poco convencional y que no hay historia de amor ni en la literatura ni en la mitología que compruebe una veracidad semejante, y contra todo pronóstico, aquí me tienes, pensándote, y me preguntas el porqué, ¿acaso puedes dar sabias razones de todo lo que compartimos juntos, de las coincidencias y de lo mágicos momentos que parecían evaporarse cuando más nos gustaba? Lo dudo.

Y razones me faltan para querer continuar este idílico romance un tanto caricaturesco y razones me sobran para decirte lo que realmente siento, eso que dos veces no se siente, eso que despertaste en mí y yo en ti, eso que me descoloca y me saca de mi zona de control para someterme al influjo de aquello que los sabios, filósofos, escritores y por qué no, científicos, denominan como “amor”.

¿Te soñé?


Recuerdo haberte preguntado aquella noche, qué pasaría mañana, me habías dicho que dolería un tiempo y que luego todo quedaría atrás.

A ratos minimizabas lo ocurrido, a ratos tu alma se derramaba a través de tus ojos porque sabías que ya nada sería igual. Hicimos una tregua, un limbo dentro del limbo, pretendiendo que nada había ocurrido y que todo ese dolor era parte de una mala broma que me gastaste y que yo te había seguido la corriente, te prometo que a ratos hasta me creí esa mentira, así era menos doloroso.

Recuerdo que esa noche tuvo el final que menos esperaba, no pensé que todo aquello implicaría un cambio radical en esa vida tan efímera que compartimos en ese espacio y en ese tiempo que dejaban de existir cuando nos juntábamos, allí donde éramos solos tú y yo, allí donde las horas no corrían, allí donde el mayor de los sueños era que no acabara, que fuera real, que nos pudiéramos amar, así, intensamente, siempre. Una eternidad puede implicar a penas días, y ese eterno momento a tu lado fueron solo segundos, pero esa noche, esa terrible noche, duró demasiado, horas, días, semanas y duran aún unos meses.

Y tuvimos todo aquello que no creímos encontrar jamás, y vivimos intensamente como si no hubiera existido un mañana, nos amamos, nos amamos locamente antes de que la realidad nos reventara los sesos con un mazo para darnos cuenta de que no podíamos simplemente ser así de felices y ya.

Desafiamos demasiadas teorías, muchas reglas naturales, ciencias, química, física y lógica, jugamos con planos establecidos y la vida nos cobró caro, nos empujó, así, sutilmente, nos dejó sentir, nos hizo necesitarnos, sin tu piel no existía absolutamente nada.

Los dos, un apartamento vacío, una ventana, un horizonte, una ciudad callada que no sabía de nuestra complicidad, de nuestra pertenencia, de nuestro sentir único e inigualable.

La realidad nos pegó con un mazo, sí. Quisimos desafiar a la naturaleza, en realidad por un breve momento lo hicimos, pero nada es gratis, y además olvidamos aquello fundamental que nos había advertido desde el comienzo: nuestra humanidad.

Esa humanidad implicaba amar sin límites, poseer y ser poseído de la manera más sutil y a la vez intensa, pero a la vez implicaba cometer errores, equivocaciones abismales que impedirían volver ese no tiempo atrás y simplemente olvidarlo todo, para volver a empezar y a disfrutarnos en ese invierno de lluvia, yo al lado tuyo, tú al lado mío, sintiendo el palpitar de tu pecho.

Pasó una eternidad desde aquella vez que nos fundimos en ese limbo al que llamamos nuestro, y nos perdimos en ese no tiempo, en ese no espacio y confundimos la realidad con la fantasía, y pensaste que lo ocurrido sería olvidado fácilmente, y te equivocaste pensando que todo aquello que me diste daría suficiente peso en la balanza, para simplemente olvidarlo todo.

Te amé tanto, no me importaron ni las circunstancias ni el tiempo, decidí obviar demasiados detalles para disfrutarte, así como yo quise, así como a ti te gustaba, hasta que supe que algo había sucedido, que nuestro sagrado lugar había sido violentado por fuerzas ajenas, tal vez inclusive maléficas y envidiosas, y lo peor de todo fue que tú lo permitiste.

Hoy eres parte de un recuerdo, que me viene cada tanto cuando transito los pasos que dimos juntos, cuando miro al horizonte y nos veo allí parados hablando sobre planes y futuros inciertos, que nunca se llegarían a concretar. Y ya no duele, no duele tanto, y hoy ya no pienso en el porqué, simplemente te guardo en mi mente como un recuerdo más, uno que casi pienso fue tan solo producto de un sueño. A veces pienso que te soñé, no tenemos una sola fotografía juntos, no nos dio el tiempo de tomarnos una porque teníamos toda una vida por delante, una vida en la que haríamos propia una rutina cargada de abrazos, charlas y buenas películas, de caminatas, viajes y risas, de cartas, juegos de mesa y buena música, por eso no hubo apuro.

De a poco te dejo ir, supongo que aprendí algo, pero sé que disfruté, de ello no me arrepiento y ni tú ni nadie me podrá jamás sacar eso. Quedó en mi memoria tu perfume y la temperatura de la piel de tu cuello cuando apoyaba allí mi cabeza cansada, el lugar más seguro del mundo hasta que tú decidiste destruirlo completo; y recuerdo tus manos y tus dedos entrelazados con los míos y tu risa entrecortada y tus llamadas a medianoche. Quedó tan atrás todo, tan allá que ya no estoy segura de que hubiera ocurrido en esta realidad que nos terminó por abrasar.

El azar de la vida


La vida en sí en un juego de azar, una lotería y a veces pienso que hasta inclusive es un juego de mesa que entretiene a unos seres superiores similares a los integrantes del Olimpo, es la única explicación que le encuentro.

Entre mil oportunidades que tenemos, de ellas en el mayor de los casos ni siquiera es para nuestro beneficio, un simple ejemplo: conocer a la persona perfecta en el momento menos apropiado de sus vidas. Una situación en la que hay más peros que vamos, en la cual uno simplemente no puede dejarse llevar, dejar que todo fluya, volver a ese carpe diem medieval por si mañana se nos acabara la vida.

Y deseo decir tanto pero solo callo, y deseo expresar mucho, pero me limito a imaginar y soñar como si fuera a suceder en la realidad, por lo menos se materializa en mi mente y de alguna manera, en mis pensamientos más remotos realizo esa catarsis que por cientos de razones diferentes no puedo llevarlas a cabo.

Sería increíble, desafiante y excitante ser egoísta por tan solo un día y que no importe nada más que experimentar todo aquello que está prohibido por barreras mentales, sociales y hasta éticas. Ojalá, pero no.

Muchas veces dudo del propósito de ciertas experiencias, supuestamente de cada de ellas, ya sea mala o buena, algo se aprende. Tal vez ya estoy cansada de aprender, harta de buscarle la moraleja cuando solo deseo disfrutar y ya.

Conoces a ese ser ideal, a la representación física de esas virtudes y cualidades que has almacenado mentalmente con el correr del tiempo: cuenta con el atractivo, es interesante, inteligente, tiene sentido del humor, y no podría ser menos oportuno. Justo allí cuando decidiste que no querías a nadie más en tu vida, justo ahí cuando decidiste dedicarte tiempo a ti misma para culminar proyectos pendientes, sueños que quedaron casi en el olvido; allí aparece él, sonriente y yo no puedo evitar sonreírle también.

Qué inoportuno, más que increíble, por lo menos una teoría sin fundamentos se comprobó sola: él sí existe, tiene nombre y apellido, es de carne y hueso, y sonríe de una forma en que ya ningún argumento es válido más que observarlo con cara de tonta, fijándome en cada detalle de su rostro: el ceño fruncido cuando relata las experiencias de su vida, las manos de largos y finos dedos que apoya en su frente para expresar hartazgo o desagrado mientras narra sus historias, la cabeza inclinada cuando me mira de tal manera que logra entrar directamente a mi mente, esos dientes torcidos con los que sonríe y que simplemente me encantan, adoro esa imperfección anatómica que le hace tan único, el tono de voz del que se vale cuando el ambiente es apropiado para alcanzar aquello que desea, y que yo, sin más remedio no puedo evitar.

Tiene nombre y apellido, es de carne y hueso, es real, y su voz me estremece y su piel huele a él y sus manos, al tacto, es lo único y todo lo que quiero sentir, y esa conexión, esa química, esa electricidad que recorre mi ser, cuando me mira, cuando me acaricia, cuando me besa, ¿por qué ahora?

Y pensaba tal vez que besaría atrozmente, y allí tendría una razón para dejar de pensar en él, evitar que me atrajera, echar todo por la borda; pero no. Su boca y la mía hablan el mismo idioma, se entienden, se conectan, se fusionan y no existe ya parámetro ni fundamento que pueda sostener para estar lejos de él.

Por unas horas no pude pensar en nada más. Cuando iba a encontrarlo, sentí que el corazón se me podría salir del pecho, las manos se me enfriaron abruptamente y recuerdo inclusive hasta haber temblado un poco. No podía pensar claramente, y era inevitable sonreír, indisimuladamente, haciéndole saber, sin voluntad, que yo también había esperado tanto ese café que se convirtió en cena, y esa cena que se convirtió en charla, y esa charla que se convirtió en química y contra esa química, no tuve antídoto.

Él es un hombre de aquellos que no se encuentran a la vuelta de la esquina, no es hombre por los años vividos, es hombre por la actitud, y lo sabe, y eso atrae aún más. Es un perfecto equilibrio entre seguridad, falta de modestia y un poco de arrogancia; pero no, es imposible que eso moleste, porque le calza perfecto, todo le queda a la medida: su sonrisa, el aroma que emana de su piel, sus manos, su mirada, su voz y su seguridad desmedida.

Aun así, no es arrogante, sabe opinar coherentemente, halagar con sutileza y a pesar de ser tan hombre, a ratos no es más que un chiquillo entusiasmado con eso nuevo que tanto quería, eso nuevo que le hago sentir, que no sé cómo logré porque no me lo propuse, pero sé que es exactamente lo mismo que él me hace sentir.

Y ahí estábamos, dos adolescentes que no pensaron en responsabilidades, en peros, en las horas transcurridas, en el lugar, en nada más que en ellos dos, y fuimos dos adolescentes que por primera vez nos comportamos así, actuamos como nunca antes y nos dimos el lujo de pertenecernos, aunque sea por un breve momento.

Desde aquella vez no lo volví a ver, supe de él y aún necesito saber de él. Luego de partir todo volvió a la normalidad: las responsabilidades, el sentido común, el razonamiento lógico; pero él, ¡ay!, él… él ya se me había impregnado hasta en el alma, y aunque traté de disimularlo, de negarlo, ya era demasiado tarde, porque él y sus dientes tocidos ya habían hecho suficiente para robarme sonrisas y suspiros cuando se le diera la gana.

Dime


Dime, por favor, cómo hago para retomar mi vida sin ti, dime la receta, tú que sabes de todo, tú que has tenido mil y una experiencias, tú que tienes argumentos coherentes para todo, anda y dime cómo retomo mi vida sin ti, si hasta unos instantes eras tú mi vida.

Esa sensación de incertidumbre mezclada con dolor, angustia, desasosiego, insomnio, inapetencia, ansiedad, todo lo que vivo instante tras instante sabiéndote lejos, sabiéndote ajeno, ajeno a mis manos, ajeno a mis besos matutinos que recibías con una sonrisa pero con los ojos cerrados del cansancio.

Dime, por favor, cómo hago para volver a sonreír, para reemplazar este llanto intermitente por mi sonrisa habitual, para volver a reír a carcajadas, para volver a encontrarle el sentido a las actividades más simples del día a día, dime, cómo planifico una vida que ya no es vida por no tenerte allí, dime cómo dejar de amarte, cómo aceptar el hecho de que esto era todo y que cada uno debe tomar un rumbo diferente en su día a día, sin sostener al otro, sin hacer planes juntos, sin sentir ese “te amo” sincero en el momento menos esperado.

Dime, por favor, si me extrañarás tanto como yo a ti, dime que me necesitas para vivir y que no estoy sola en esto, dime que me sueñas, que me necesitas contigo, que la idea de una vida sin mí es inconcebible que nada tiene razón de ser si no estoy allí.

Cuéntame, por favor, cómo haces para dormir sin mí, cómo haces para que ese mueble de descanso no te quede grande, dime cómo haces para abrazar al vacío en el sofá cuando te falto y que nunca sentiste tanto espacio en vano, desde que mi presencia se convirtió en ausencia.

Convénceme, por favor, de que me necesitas tanto como yo a ti, de que es un suplicio seguir así, de que no puedes pensar en nada que no sea en mí, dime que prefieres no existir a vivir una vida en la que nunca más puedas besar mis labios con los ojos bien cerrados, dime que no desesperas al no tener mis buenas noches, al no comer juntos, tomados de la mano o acariciándonos y mirándonos como dos tontuelos que no saben disimular lo que sienten por el otro.

Dime, por favor, que me equivoqué, que la vida es maravillosa y que no hay forma de que lo vuelva a ser estando separados, cada quien por su lado, dime que soy única, que sin mí no puedes vivir, o que si puedes, al menos no lo quieres, dime que me necesitas, pregúntame si te necesito, dime que no hay nada mejor que sentir el calor de mi silueta pegada a ti.

Cuéntame, tú que sabes tanto, cómo logro vivir sin ti, como te desprendo de mi ser si mi ser eres tú, cómo dejo de pensarte, de soñarte, de añorarte, de pensar en mil locuras para volver a tenerte conmigo, cómo hago, dime, para dejar de extrañarte así, cómo vuelvo a vivir, cómo acepto que mi realidad es otra, que los días nuestros ya no nos pertenecen, que poco a poco vamos llenando una jornada de la que el otro no sabe nada.

Guíame, por favor, para olvidar el aroma de tu piel al abrazarte, los besos corridos en la cabeza cuando me abrazabas, los mimos, las caricias, cómo olvido tu sonrisa y el hecho de que a pesar de amarte, despidiéndome de ti hice que derramaras lágrimas, tal vez por no ser lo suficientemente valiente o fuerte, dime cómo te dejo ir, si te veo en todas partes, si estás presente en cada canción, en cada aroma, en cada lugar, en cada sabor, dime cómo disfrutar de aquello que solo me gustaba porque lo hacía en tu compañía, dime, por favor cómo hago para no extrañar tu tacto, tus manos, tus atenciones y tu mirada, esa mirada única con la que me dices todo sin decir nada, con la que me demuestras ser el hombre más afortunado del mundo por tenerme contigo, esa mirada entre amor y orgullo, entre felicidad e incredulidad, entre satisfacción e ilusión. Dime, por favor, si sientes lo mismo que yo.

No sé si me arrepentiré de partir, mas sí sé que un amor siempre es único e irrepetible y sé que nadie es perfecto, que todos tenemos defectos y virtudes y que solo dependemos de la compatibilidad y de la tolerancia, y no sé si soy para ti o si te mereces estar con alguien que cumpla tus expectativas, no sé si yo siempre estaré disconforme por no aceptar que no existe la perfección en nadie, más allá de lo que uno ve en el otro, no sé si te idealicé y no eres remotamente lo que proyectas en mi ser, no sé si dejarte ir sea el peor error de mi vida o la mejor decisión que tomaría por los dos, hay tanto que no sé, que no entiendo, siento todo, tanto, intensamente pero no encuentro la manera de canalizarlo en sensaciones saludables y dentro de un razonable límite.

Una vez que te amé, no hubo vuelta atrás, quise todo contigo, necesité todo contigo, no me hacía ya falta nada sin ti, y sí, la sociedad puede juzgarme de exagerada o incapaz de realizar otras actividades más allá de amarte con locura (tú entiendes a lo que me refiero, que a pensar de las responsabilidades y del cansancio, estar contigo fue siempre prioridad).

Debo decidir y atenerme a las consecuencias, no puedo pasar por esto más de una vez, podría acabar conmigo, las dudas, los pensamientos, la manera de extrañarte, el necesitarte constantemente, como te dije, desde que decidí apartarme, te me impregnaste en el cerebro, como no hubiera nada más en qué pensar, y tengo sueño, y el agotamiento y la tristeza enmarcan mis ojos y nadie sabe lo que sucede y nadie sabe cuánto en realidad te amo, y no sé si fui yo quien te amó más de lo que me has amado o simplemente tenemos maneras diferentes de pensar y de actuar y por lo tanto enfrentamos estos cambios de la mejor forma que cada uno conoce, pero a pesar de nuestras diferencias, hay algo que nos identifica: el uno sin el otro está incompleto, el uno sin el otro es apenas la mitad de lo que fue.

jueves, 14 de abril de 2016

Como en casa


Hacía ya unos años que se fue a vivir a Suiza, tuvo una oportunidad laboral temporal la que le consiguió un pariente y dejó atrás su tierra de azahares y ñandutíes.

Ya le había tomado el gusto a vivir en un primer mundo, el orden, los deberes, los derechos, el respeto e inclusive se había acostumbrado al clima; cada invierno aprovechaba para darse escapadas a las montañas con sus esquíes a cuesta.

Era ya un experto. Cuando necesitaba relajarse, despejar la mente, recurría a esa adrenalina que le generaba practicar el deporte invernal.

Para su mala suerte, una repentina avalancha interrumpió su paseo y lo dejó enterrado; poco a poco la nieve blanda y fresca lo dejó caer en una helada caverna que impediría que fuera rescatado. Como uno nunca supone que algo le irá a pasar, él no le comentó a nadie que iría a esquiar, tenía apenas algunas herramientas, agua y algunas barras de proteínas consigo que no le ayudarían a vivir más que unos pocos días.

Para su sorpresa, luego de investigar un poco el lugar, se encontró con otro ser viviente, un ser humano y como el mundo no es tan grande y su país menos, era nada más y nada menos que un compatriota suyo. Como todo paraguayo cuando encuentra a un paisano en el exterior, le saludó, ambos se abrazaron y dejaron caer lágrimas de felicidad, hablaron sin cesar, a pesar de que sabían que sus horas estaban contadas.

Disfrutaron de buenas charlas, hablaron en guaraní y fueron dormitándose al compás de unas gotas de agua que sonaban delicadamente al caer.

Horas después despertó deseando que todo fuera un sueño, pero se alegró de al menos haber hecho un amigo nuevo; mientras se desperezaba y despabilaba notó no solo la ausencia de su querido nuevo amigo, sino también de la poca comida y agua que tenía consigo y así mismo de sus herramientas: Le había robado todo, todo, hasta las últimas esperanzas.

Un ataque de pánico hizo que su cuerpo temblara como una hoja al viento en otoño; de los nervios y de la desesperación comenzó a reír a carcajadas mientras a la vez lloraba; vio su vida pasar frente a sus ojos mientras tiritaba de frío, el hambre y la falta de proteínas ya impedían que su cuerpo generara algo de calor.


Murió con una sonrisa irónica, sabiendo que su querido paisano, luego de tantos años, lo hizo sentir como en casa.

martes, 5 de abril de 2016

Después de conocerte



¿Recuerdas acaso aquella lejana vez que nos cruzamos algún tiempo sin relojes en el que coincidimos cuando presentaste tu primer libro? Sí, soy yo la misma a quien le autografiaste el libro y cuyo nombre te sonó tan familiar a pesar de nunca antes haberme conocido. Pues, tengo algo que contarte.
En un plano diferente, tiempo después cuando ya no coincidimos en edad pero sí en ganas de conocernos y de compartir algo más que un apurado intercambio de palabras, te encontré y allí estabas, maduro, un hombre hecho y derecho, con una timidez olvidada y más que decidido, y a pesar de tus grandes logros y de ser tan interesante en todos los aspectos, había en ti un intento acertado de modestia que a veces aparentaba humildad, humildad de saber que todo lo logrado fue gracias a tu esfuerzo, pero a la vez de no olvidar lo que te tomó llegar a donde estás.
Debo confesarte que, a pesar de haberte conocido en ese preciso momento quince años atrás y de la atracción que sentí por ti cuando te escuché hablar; supe efectivamente que no eras mi amor; mi amor aún me habría de encontrar tres lustros después para hacerme caer rendida a sus pies, perdidamente enamorada, sin retorno.
¿Te gustaría saber cómo serás en el futuro? Sé que es capcioso conocer aquello que sucederá con uno mañana, porque tal vez al saberlo ello implicaría cambios prohibidos en el presente que terminarían por afectar en demasía el futuro, pero no te preocupes, que esta carta peca de inocente y no causará mayor estragos que un amor estable y puro dentro de algunos años.
Déjame que te describa cada una de las características que te componen, en el hoy mío, en el mañana tuyo: Eres el hombre perfecto, la pieza que le faltaba a mi rompecabezas y todos los clichés de la historia universal “mi media naranja”, “mi otra mitad”, “mi complemento”, “mi alma gemela”, “el amor de mi vida”.
Te habrás de convertir –pues no sé cómo eras antes- en un hombre maravilloso, atento, gentil, romántico, hermoso por dentro y por fuera, inteligente (es evidente que siempre lo fuiste) y risueño; si hay algo que amo de ti es tu sonrisa, esa sonrisa con los dientes encimados tan característicos, tan representativos, tan tú. Pero sería una vil mentira afirmar que lo único que realmente amo de ti es tu sonrisa, no; no podría limitar tanto la lista, aunque tampoco podría enumerar todo, sería interminable.
Amo tu mirada, sí, esa mirada de cejas gruesas con una cicatriz en el lado izquierdo que enmarca con mayor intensidad cada gesto, cada pensamiento que se cruza por tu mente, esa forma en la que me miras y con la que me dices todo aun estando en silencio; tus manos, perfectas, son las que desde que nuestros caminos se cruzaron no soltaron las mías; tu voz, ¡qué maravilloso don! (Dios sí que te tiene un cariño especial), al hablar, al cantar, al susurrarme al oído lo mucho que me quieres y lo importante que soy para ti; está además ese otro atributo que más adelante conocerás, ese que tanto me encanta, ese que al ser alabado genera que una risa se te escape con el gesto infaltable entre incredulidad y sorpresa, ese que inmortalizaré en mármol dentro de algún tiempo.
Quererte me hace bien, me da energía, renueva el aire que respiran mis pulmones, me hace sonreír todo el tiempo, me permite ser vulnerable en tus brazos, que ambos seamos uno cuando estamos juntos y que mis manos puedan demostrar la alegría que me da volverte a ver (se me congelan, pero ya le vas a tomar el hilo a eso).
Pero lo que más me gusta de la interminable e infinita lista, es la combinación de dos seres: tú y yo; ni te imaginas el par que seremos en el futuro, debido a una conexión automática que tuvimos en un principio y que supimos mantener con el tiempo, acrecentando nuestro amor, que es una mezcla perfecta de todo aquello que nos gusta a los dos: pasión y dulzura.
No te esfuerces por acelerar el tiempo para encontrarme, falta mucho aún, pero cuando nos volvamos a cruzar te prometo que valdrá la pena, valdrá cada segundo de tu tiempo dedicado a mí, valdrá cada beso, cada caricia, cada momento, me encargaré todos los días de que te sientas tan querido como nunca antes y de ser tuya, siempre, como alguna vez en silencio te lo prometí.

No recordarás nada de esto ni aun cuando nos volvamos a encontrar, es mejor así, ya que el tiempo tiene sus razones y aún nos quedan algunas experiencias por vivir antes de que llegue ese momento que cambiará por siempre nuestras vidas, ese momento que entre bromas lo atribuirás a brujerías debido a que tu lógica no encuentra mejor (ni más descabellada) justificación a eso loco que habremos de sentir el uno por el otro. Nos vemos, amor mío, y aunque tampoco recuerde nada de esto, de alguna manera te estaré esperando, para que así, en el tiempo oportuno, nuestras almas se reconozcan y vuelvan a ser una sola.