martes, 28 de julio de 2015

Sonrisa eterna

       
    Ella, típica ama de casa. Marido, hijos, auto, hogar, barrio residencial.

    Dicen que cada casa es un mundo aparte, y esta no era la excepción.

   Ama de casa perfecta, obsesiva en detalles, esperaba una respuesta afectuosa y agradecida de sus cercanos.

  Los vecinos los admiraban, era la familia de portadas de revistas que se podrían titular “Cómo ser felices” y “El hogar perfecto”.

   La realidad detrás de las puertas diferente, con un esposo desinteresado e infiel y dos hijos aburridos y desagradecidos de semejante madre.

  Ella, abusada psicológicamente, había dejado en el pasado esas voces que le atormentaban, diciéndole que cometiera maldades.

 Luego de la cena impecable que había preparado por horas, de mala gana los tres se sentaron junto a ella a comer, sin saborear ni agradecer.

 Esa fue su última cena, envenenada.


 Con un filoso y preciso cuchillo de cocina, cortó los extremos de sus bocas, para que no dejaran de sonreír, nunca… 

lunes, 27 de julio de 2015

Encrucijada


Es increíble cómo todo puede cambiar de la noche a la mañana, “todo”, esa palabra baúl que abarca demasiado y no especifica nada; pues, cuando “algo” que creías importante afecta el rumbo de la vida, “todo” se ve perturbado.

De un día para otro te convertiste en ese todo que abarcaba cada rincón de mi vida, llenaste todos los espacios que ni siquiera sabía que existían.

Hoy mi alma está hecha trizas, el corazón late a mil, ya no por la confusión de emociones que me hacías sentir, sino por un cóctel mortal de ansiedad y desilusión. Así como supiste elevarme y hacerme flotar con un solo beso, con tu mirada; así también me hiciste caer de golpe y las heridas sangran y no coagulan.

Una noche apuntaste con el dedo índice a la luna. Dijiste que era el sol. Yo así lo creí.

La mente humana juega un papel importante en la cotidianidad de las personas, eleva, destruye, mata y crea ilusiones.

Pienso y no dejo de pensar, en qué punto exactamente me equivoqué, cuándo debía haberme dado cuenta, cuándo debía haberme apartado para siempre, aún sigo sintiendo que no debo hacerlo por más de que todo indique lo contrario.

Es imposible amar aquello que uno desconoce, eso dice mi lógica, mi mente, pero el amor carece de dicha virtud, no tiene pies ni cabeza, no tiene sentido, no tiene razón de ser, simplemente sucede y ya.

¿Recuerdas que compartimos un espacio y un tiempo en los que nadie más existía? Yo lo recuerdo como si hubiera sido ayer, pero no lo fue, ayer no estábamos ahí tú y yo, estaban dos casi desconocidos compartiendo el mismo espacio reducido de siempre que de repente se volvió inmenso y frío.

No era el lugar, no era el tiempo, eras tú. Tú iluminabas todo a tu paso con esa sonrisa que aún amo, pero sin ella no hay vida, solo hay oscuridad y desacierto.

Quisiera volver al limbo. Ese limbo que se supone que sea limbo, que sea eterno, sin fin, sin cortes, sin interrupciones, ¿por qué tuvimos que salir de allí y volver a la triste y monótona realidad? Te sentí allí una utopía, y utopía fuiste y utopía sigues siendo.

Desearía darte tan solo la mitad de mis fuerzas para que no desfallezcas, para que renazcas como un ave Fénix, para que te dediques solo a ser feliz, a reír, a amar, a sentir profundamente todo, sí todo, absolutamente todo, excepto dolor. Deberías reír, sonreír, con esa sonrisa sincera con la que hasta tus ojos sonríen, acompañando a tu boca en un vals de nunca acabar.

Y quiero un mundo perfecto para ti, contigo, porque sin ti ya nada sería perfecto. ¿Recuerdas esas veinticinco imágenes? Esa vida que por un instante imaginamos como propia, esa rutina, ese día a día al cual no le temíamos, porque sabíamos que se iban a llenar de recuerdos y buenos momentos y tal vez algunos malos, nada que una charla, un té caliente y un abrazo en silencio no puedan arreglar. Así lo veo yo, así lo siento yo.

No sé qué deseo más: detener el tiempo contigo o hacerlo transcurrir para que tus heridas sanen, y así pueda yo acariciar tus cicatrices y susurrarte al oído que estoy orgullosa de ti, porque fuiste valiente y fuerte y emergiste de lo más profundo de todo aquello que un ser humano necesita sentir para apreciar la verdadera felicidad en su ausencia.

Nos imagino a ti y a mí viendo el atardecer, y tal vez alguna que otra vez sentados con una manta a nuestro alrededor observando cómo el alba tímidamente surge del horizonte.

Son infinitas aquellas aparentes banalidades o trivialidades se vuelven el paraíso por estar junto a quien amas, y quien te ama. Esos pequeños gestos, detalles que hacen que cada día sea diferente, que al esbozar un recuerdo de cualquiera de ellos la boca se tuerza un poco y emane una sonrisa pícara y cómplice.

Quise cuidar de ti, darte mi vida entera para hacerte saber que estoy para ti, que tu amor me da fuerzas para sonreír y que tu sonrisa sincera es el motor de mi vida. Y quise que cuides de mí, sabiendo que en tus brazos podía hallar un refugio seguro y que tus caricias fueran mi medicina, mientras al oído me cantaras una canción que, porque me conoces, sabes que me gusta y porque me amas y te amo sabes que es el cielo escuchar tu voz.

Y nos trazamos algunos pequeños planes que el efímero momento compartido no nos dejó concretar, pero debo admitir que fui inmensamente feliz imaginando el más tarde, el mañana, el fin de semana, y ahí te veía, en cada día, en cada momento, en cada canción, en cada inhalar y exhalar.

Los dos somos polos opuestos y los dos somos semejantes, y la incredulidad nos abraza fuera del limbo y cada uno toma su precaución, a la manera que mejor conoce.

Encuentro contradicciones en tus afirmaciones bien hiladas, encuentras hipérboles en mis expresiones, y nos damos vueltas en una calle sin salida que nos desagrada y que a nadie le hace ningún bien.

Estoy aquí, y estás allí y quiero permanecer una vez más en un punto medio, que todo vuelva a ser amor, calma, quietud, silencio, y algunas risas. Y tuvimos eso hace tan poco y por tan poco tiempo, y me gustó y lo deseo y me arranca el ser ver cómo el viento arrastra esos recuerdos escurridizos de mi mente y me dice que nunca fue, o que si tal vez fue, ya fue suficiente, y no quiero que sea suficiente, pero ese viento que alguna vez nos dijo que nos amáramos, hoy nos dice que es tiempo de partir, que lo nuestro es poco convencional y que no hay historia de amor ni en la literatura ni en la mitología que compruebe una veracidad semejante, y contra todo pronóstico, aquí me tienes, pensándote, y me preguntas el porqué, ¿acaso puedes dar sabias razones de todo lo que compartimos juntos, de las coincidencias y de lo mágicos momentos que parecían evaporarse cuando más nos gustaba? Lo dudo.

Y razones me faltan para querer continuar este idílico romance un tanto caricaturesco y razones me sobran para decirte lo que realmente siento, "eso" que dos veces no se siente, "eso" que despertaste en mí y yo en ti, "eso" que me descoloca y me saca de mi zona de control para someterme al influjo de aquello que los sabios, filósofos, escritores y por qué no, científicos, denominan como “amor”.

Sueño infinito


Ese dolor agudo que sentía en el pecho no la dejaba en paz, conocía la razón y el origen de esa angustia, y así también la causa de la ansiedad que la generaba.

Él no era una mala persona, pero vivía atormentado por aquellos límites que no respetó en el pasado y que le llevaron a ser una sombra imperceptible en la sociedad.

Él era intenso, tenía mucho para ofrecer, ella quería todo con él, pero él solo generaba trabas. Estaba demasiado perturbado como para disfrutarla, para hacerla feliz.

Ella solo deseaba dormir, estaba cansada y triste, ya no quería despertar. Decretaba una y otra vez su deseo egoísta, ya que el primero, de ser feliz con él no se había dado más que durante algún fugaz instante.

Él desapareció. Su silencio, segundo a segundo le clavaba como un puñal en el pecho, ya no lo podía soportar, solo deseaba dormir.

Por fin culminó la semana. Se excusó por haber tenido un día largo, fingió una sonrisa; cerró la puerta y en la intimidad de su habitación desenvolvió esa prenda de vestir que le había prestado con el aroma a su piel. Cerró los ojos y respiró profundamente; inhaló y exhaló unas cuantas veces recordando ese momento cuando ella apoyaba su rostro en el cuello suyo.

Levemente fue quedándose dormida; una caliente lágrima se deslizaba por su mejilla.

Abrió los ojos y allí estaba él, a lo lejos, sonriente, mirándola, cuidándola, asegurándose de que estuviera bien, él la abrazó como siempre, pero la situación era igual que siempre y a la vez diferente; igual porque volvieron a esa etapa en la que se amaron sin miedos, pero diferente porque esta vez el tiempo dejó de transcurrir; y sin darse cuenta, sus dos deseos, en lugar de uno solo, se cumplieron: dormir y despertar eternamente a su lado.

domingo, 26 de julio de 2015

Te pedí que te quedaras


Te pedí que te quedaras,
pero creo que no me escuchaste,
te pedí que no dejaras de amarme
y toda solicitud fue en vano.

El peor dolor que existe
es aquel de saberte mío
y al instante perderte para siempre,
tenerte físicamente,
allí,
al lado mío
pero con tu mente y corazón distantes,
perdidos en una muda letanía,
ayer mío, hoy ya no.

Sin descanso te busqué.
Me detuve a preguntar,
a mirar mil rostros diferentes,
ninguno era el tuyo,
ni si quiera tu rostro era tuyo.
Ese rostro familiar se tornó irreconocible.
Ya no estabas, te perdiste,
me prometiste que no lo harías.

Las manos que daban sostén,
se encontraban egoístamente
en tus cansados bolsillos
que guardaban los secretos
de un pasado difícil de olvidar.

Estuviste en coma por unas semanas,
perdiste la memoria de lo que te hizo daño.
Me amaste sin miedo, sin condiciones,
te amé sin temor, sin imposiciones,
nos amamos como dos locos.
“Dos locos enamorados”.

Hoy no recuerdo si fuimos más locos
que enamorados o más enamorados
que locos, pero te amé con locura,
y eso fue suficiente.

No te quise perder, creo que te lo dije,
creo que te lo reiteré dulcemente,
e hiciste una vana promesa que no pudiste sostener.
Y no te perdí, nunca te tuve.

Pero estoy de luto,
lloro una pérdida irreal
de un amor utópico,
de un limbo atrapante,
de una magia inolvidable,
de un amor único,
que apenas fue y se extinguió.

La mente juega trucos peligrosos,
esta vez el contraproducente pensamiento
agotó todas las instancias del corazón.

Y estás a mi lado, y estás lejos,
y te tengo, pero nunca fuiste mío;
aun así tu boca fue mi alimento,
tu piel, mi tacto;
tu mirada, el reflejo de la mía;
tu voz, el susurro en el silencio atrapante.

Y aun así fue real, no tengo cómo probarlo
excepto por aquello loco que nos permitimos sentir,
ese trágico amor exquisito que no tenía mayor horizonte
que el desastre inminente.
Pero, ¡sí que te disfruté!

Te encierro en un rincón de mi mente
y vuelvo a la etapa de coleccionar retazos de tu rostro:
Para imaginarte, imaginarme, imaginarnos,
siendo demasiado, todo, bastante, mucho, lo suficiente;
para ser felices y para rompernos en diez mil pedazos
al separarnos.

Te dejo ir, amor, por nuestro bien.
Es necesario retomar aquella cordura que nos abandonó
hace ya casi un tiempo indeterminable.
Te dejo partir; el limbo ya no nos pertenece,
ya no le pertenece a nadie ni a nosotros,
porque sin nosotros,
el limbo no existe.

Caballeresca pedantería


No sabía cómo describirte, te sentí un oasis pero en realidad eres un espejismo, sí, eso eres, nada más que un pedazo de vidrio roto que en contacto con el sol, brilló, simulando ser una refinada pieza de cristal.

Vistes de alta hipocresía cada día, tu galantería es para con todos, coleccionas amigos y sonrisas, y los llevas colgando en el bolsillo.

Tu estilo rebuscado y tu sabiduría oriental engalanan los sentidos de desesperadas mujeres por una gota de atención.

Estoy en todas partes pero en ningún lugar estoy, son invisible, soy un secreto de tus prostituidos días cargados de silencios y disimulos.

Mentiras guardas como tarjetas personales en tu billetera, y al ser descubierto, inventas un sensible tema de conversación, excusando tu tachable actitud.

Y eres sí, un patético pirata con algunos trucos bajo la manga y me lo repetiste más de cien veces y en ninguna te escuché, y robas tesoros y regalas tesoros y te luces con imágenes y palabras que no son tuyas, y te atribuyes ideas y acciones de menciones ajenas, y eres un maldito fantasma disfrazado de atractivo mago, que no tiene vida propia, ni lugar propio, ni sentir propio.

Eres menos que el polvo que cubre un viejo mueble abandonado, ya que pocos te conocen realmente y menos te quieren por lo que eres en verdad; la mayoría sigue embobada como una colectividad ovejuna cada absurdo paso que das, y te aplauden y te veneran y al final del día estás más solo que un perro callejero y recurres a tu ciencia, a tu filosofía de vida, a tus juguetes dorados y a la música de aquella época en que te permitiste ser libre, solo para sentirte acompañado y no escuchar el silencio de la soledad que te rodea.

Y tienes algo que no tienes y profesas ser alguien que no eres, y vendes sueños que ni tú crees, e inventas grandes historias que las ovejas se las tragan y que yo en silencio lamento hasta el aburrimiento oír.

Y aun así eres demasiado para mí, y aun así soy mucho para ti y nuestras paralelas vidas comparten un plano en un mismo tiempo, y tú avergonzado no me luces y yo avergonzada te aparto y vivimos juntos un teatro inexplicable, ya que ambos actuamos pero olvidamos el guión y hacemos propia esa vida detrás del telón y te importo lo suficiente para que me olvides en tu día, y me importas lo suficiente para que ello no me moleste.


Y estoy aquí, y estás allá, pirata de tesoros inexistentes, de burdos cuentillos que salieron de tu limitada imaginación, en donde se mezclan tu álter ego, tu pedantería crónica y el exceso de atención.

La casa


            Tenía la típica vida cotidiana. Trabajo, responsabilidades del hogar; una rutina formada.

            Un día, como cualquier otro, llegó a su casa, abrió la puerta y sus muebles ya no estaban, primero pensó que había sido robada, pero al fijarse mejor, notó que la casa no estaba vacía, sino que diferente, extraña.

            Un pequeño gentío apareció murmurando quien sabe qué, vestidos de forma inadecuada, y se atrevía a pensar que, bizarra.

            Ella les preguntó qué hacían allí, cómo entraron, y les pidió amablemente que se fuera. Ellos no le prestaron atención y continuaron en lo suyo.


            Se enfadó terriblemente por semejante atrevimiento, en ese mismo instante ellos sintieron un repentino frío, las luces parpadearon y la puerta principal se abrió; sintieron que no eran bienvenidos. Ella no sabía la verdad, como no lo supo durante los cincuenta años que ya habían transcurrido.

Expectativa de vida


     Hoy por hoy vivimos más tiempo, supuestamente, debido al avance de la ciencia y la tecnología, (ya la gente no muere de peste ni tuberculosis), o en algunos casos se vive mucho menos que las generaciones pasadas (con todo y plagas e infecciones incluidas) debido a esa aceleración que no se detiene hasta que Dios dice basta y nos pone en un cajón.

    El mundo, hoy por hoy, sin importar en demasía el origen de uno y dejando de lado las diferencias culturales que distinguen a los seres humanos de entre sí; tiene expectativas. Las expectativas del ayer para la mujer era conseguir un buen esposo, trabajador y que sea un buen padre, que sepa brindar confort a su hogar; para el hombre era tener un buen trabajo que le permita sustentarse y tener una vida cómoda en la que pueda mantener a su esposa e hijos.

    Hoy en día, las maneras, costumbres o hasta esa palabra baúl, vaga y general “cosas”, cambiaron en demasía: se espera mucho de todos.

    Vivimos en una sociedad competitiva, en la que importa el mejor promedio, el mejor perfil laboral, estudiar en una universidad prestigiosa, conseguir un trabajo estable y bien remunerado, competir entre géneros, orígenes sociales, razas, entre otras características. Competimos en el día a día para lograr aquello que nos hará feliz. El problema principal radica en que nos enfocamos tanto en el cómo durante nuestras vidas, que perdemos de vista el qué.

    Hace unos días leí una frase en una de las redes sociales: “Hay quien espera toda la semana para que sea sábado, todo el año para que sea verano, toda la vida para ser feliz.”, y de pronto me tomó por sorpresa, no era una frase escogida al azar, es una frase que describe a la mayoría de las personas que conozco e inclusive, tristemente, me describe a mí.

    Hay tanto que quiero hacer, alcanzar, lograr, vivir que no vivo o me olvido de hacerlo. Vivo en un país donde la méritocracia sigue siendo el antibiótico en el medioevo, es así; se encuentra a siglos de ser descubierta y evitar mayores desgracias. Desanima bastante el hecho de que personas menos formadas que uno mismo obtengan sustanciosos salarios no merecidos, o hechos simples y sencillos como no poder estudiar un Master en la universidad que yo elija en mi propio país, debido a que mis circunstancias me limitan a esperar que alguna beca me permita hacerlo.

   Existe el eterno paradigma de: “dejo mi trabajo y me voy a ser un estudiante full time en el exterior”, que no es realista, ya que uno no debería de tener que elegir entre un derecho y una responsabilidad.

     La competitividad existe y yo me estoy quedando atrás, vivo sin vivir, sin alcanzar mis metas que me tracé algunos años atrás. Mientras en un país primermundista mueren de estrés y problemas cardiacos por no descansar y trabajar y estudiar mucho, acá morimos de inanición, de sed de educación y ya no podemos seguir culpando de nuestra realidad al Dr. Francia ni al Mcal. López, ni al que haya estado de turno diez años atrás.

    La culpable es esa cultura del “así nomás” de la que todos los doctos ofendidos se quejan en las redes sociales, como si fuera a cambiar algo. Todo se hace así nomás por acá: así nomás te medican, así nomás rendís un examen, así nomás conseguís favores por amigos de peso pesado, así nomás los perros hacen sus necesidades por la Avenida Carlos A. López y estás loca si te molesta, y así nomás circula la cloaca en todo el microcentro de Asunción, y así nomás no pasa el camión recolector a buscar la basura por días y así nomás me pasan los días y no puedo seguir un postgrado cuyos cálculos de pago son para petroleros en Dubái y probablemente deberían de cobrar en Dinar Kuwaití.
Son distintos los problemas de un país así y un país asá, pero caemos todos en el mismo problema, el eje central, el común denominador: vivimos sin vivir.

    Las expectativas son altas, hay muchísima competencia, y el estrés no se acaba con un doctorado, el trabajo soñado, la casa ideal ni la familia perfecta; simplemente no se detiene ahí.

  Podría afirmar que existe una generación que no se limita a las expectativas impuestas por la sociedad, sino que va más allá para auto infligirse más presión y más presión porque nada de lo que logra es suficiente.

    Si uno lee un libro de autoayuda para tratar de entender ese síntoma de estresado masoquista, es simplemente un idiota con baja autoestima; si se inclina por la metafísica y la ley de la atracción e intenta ser agradecido por lo que aún no tiene, es un hippie optimista; si uno se vuelca a la religión o a la creencia en un dios, sea cual fuere, es un patético sin vida propia; dicho sea de otra forma, el remedio tiene un precio demasiado alto: ser juzgado por la sociedad.

    Más de una persona con emociones aparentemente estables, afirma que no repara en las opiniones de los demás, pero si esto fuera cierto, el hombre sí sería una isla sin mayor preocupación. A todos en un grado menor o mayor le importa lo que la sociedad cree, espera y piensa de cada uno.

    Todo aquello que alguna vez fue valorado por generaciones anteriores, yace hoy en el olvido entre otros valores arcaicos que se borraron con las nuevas tendencias; por mencionar algunas: el amor, sí ese sentimiento inexplicable que hoy es ciencia, química, olfato, producto de un momento espontáneo, algo reciclable, algo que se desecha, y listo. Leí otra frase en las redes sociales, respuesta de un matrimonio que duró más de 65 años hasta que uno de los dos partió de este mundo, cuando se le pregunta cómo hicieron para durar tanto tiempo juntos, ella responde “vivíamos en una época en la que las cosas no se desechaban, se arreglaban”. Esta es la generación del “reciclemos sentimientos y agotemos los recursos no renovables”, irónico, ¿no? Luego, el tiempo de calidad invertido en familia. Me asusta observar a los integrantes de la sociedad elemental, sentados a la mesa, comiendo con el celular en la mano, con los auriculares puestos; padres haciendo de choferes a sus hijos sin el más mínimo tema de conversación, con la computadora prendida, frente a la televisión y simplemente ya no hay tiempo para hablar de nada. Otro tiempo perdido, es el tiempo de calidad invertido en uno mismo, ese que nos da la oportunidad de aclarar nuestros pensamientos, nuestras ideas, relajarnos, sacarnos los zapatos y conectarnos con la tierra madre o la madre tierra; ese tiempo que nos relaja y nos evita la muerte súbita.

    El tiempo así como lo conocíamos ya no existe, sino ese tiempo que pasa volando, esa queja de “ya es lunes otra vez”, esa protesta de “ya van a ser las doce y todavía no duermo”, ese tiempo desaprovechado que lleva a más gente a ingerir químicos para poder soñar y más químicos para poder despertar. “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas.”, afirmó años atrás Albert Einstein y temo que ya es verdad.

   Nos pasan los años, si tenemos suerte llenamos las expectativas: un buen trabajo en una buena empresa, una casa más que cómoda, un vehículo del año, un buen cónyuge, hijos en una escuela de prestigio y más bla bla bla, y aún no somos felices. Y todo lo mencionado se engloba en una sola cuestión ¿qué es aquello que nos hace felices?

    Es tan simple la pregunta, es tan compleja la respuesta, si me preguntan cuál es mi número de cédula, lo digo rápidamente; pero si me preguntan qué me hace feliz, me toma unos segundos responder. Lo que esencialmente me hace feliz, lo tengo reservado para después, para después de fin de año, para cuando tenga más dinero, para cuando esté en un estado satisfactorio en mi relación, para cuando alcance un mejor nivel académico, para cuando sepa un nuevo idioma, y así se pasa la vida, vacía y cargada de nada.

    En una típica película hollywoodense mencionaron una frase: “para escribir bien, debes escribir lo que sabes”, y es irónico, sé qué me hace feliz pero no me doy el tiempo de serlo a tiempo completo. “La felicidad se compone de pequeños momentos”. Mentira. Si la felicidad fuera solo una unión de pequeños momentos aislados en un promedio de setenta años de vida, el índice de suicidio se duplicaría o triplicaría.

    A mí me hace feliz escribir, me da felicidad leer libros que no necesariamente sean taquilleros, me gustan películas cómicas de las que no puedo sacar una mayor enseñanza que “la risa es el remedio infalible” (gracias Selecciones). Me emociona comprar un ejemplar de la mencionada revista, que creo que es más variada y rica culturalmente que cualquier revista de publicación científica. No tengo un gusto determinado de música y definitivamente no encajo en el perfil de mi carrera, las “cosas” más triviales me encantan. Amo la ciudad de Nueva York y todo lo que tenga que ver con ella, vería la serie Friends una y otra vez sin cansarme, subir al avión me emociona y reparo en los más mínimos detalles cuando viajo. Creo que la fotografía es arte pero más importante, es una forma de plasmar un lugar, un momento, una compañía que significó bastante en un momento determinado de nuestras vidas. Comería pastas cada día de mi vida y jamás podría cansarme, odio correr y amo caminar, y me emociona hojear revistas y enterarme qué hay de nuevo en la farándula internacional. No veo películas independientes, a no ser que sean exquisitas, no escucho música de Sabina y no leo mucha poesía por placer, exceptuando a Amado Nervo.

    Podría interpretarse que todo esto termina siendo un escrito de autoayuda con una pizca de chismógrafo de secundaria, pero no, no lo es. Es parte de quién soy y de lo que me hace feliz. Ahora la cuestión es: ¿sabemos todos, aquello que nos hace felices?, y ¿nos damos el tiempo para serlo?

Si no nos damos el tiempo de ser felices, a pesar de las expectativas, a pesar de la rutina, del horario, del tráfico, la contaminación, el clima, los asaltos y la falta de becas reales para personas comunes, entonces estaremos posponiendo nuestras vidas para mañana, sin temer que tal vez, hoy sea el último ayer, y hoy, “ayer”, fue el último mañana.