lunes, 27 de julio de 2015

Sueño infinito


Ese dolor agudo que sentía en el pecho no la dejaba en paz, conocía la razón y el origen de esa angustia, y así también la causa de la ansiedad que la generaba.

Él no era una mala persona, pero vivía atormentado por aquellos límites que no respetó en el pasado y que le llevaron a ser una sombra imperceptible en la sociedad.

Él era intenso, tenía mucho para ofrecer, ella quería todo con él, pero él solo generaba trabas. Estaba demasiado perturbado como para disfrutarla, para hacerla feliz.

Ella solo deseaba dormir, estaba cansada y triste, ya no quería despertar. Decretaba una y otra vez su deseo egoísta, ya que el primero, de ser feliz con él no se había dado más que durante algún fugaz instante.

Él desapareció. Su silencio, segundo a segundo le clavaba como un puñal en el pecho, ya no lo podía soportar, solo deseaba dormir.

Por fin culminó la semana. Se excusó por haber tenido un día largo, fingió una sonrisa; cerró la puerta y en la intimidad de su habitación desenvolvió esa prenda de vestir que le había prestado con el aroma a su piel. Cerró los ojos y respiró profundamente; inhaló y exhaló unas cuantas veces recordando ese momento cuando ella apoyaba su rostro en el cuello suyo.

Levemente fue quedándose dormida; una caliente lágrima se deslizaba por su mejilla.

Abrió los ojos y allí estaba él, a lo lejos, sonriente, mirándola, cuidándola, asegurándose de que estuviera bien, él la abrazó como siempre, pero la situación era igual que siempre y a la vez diferente; igual porque volvieron a esa etapa en la que se amaron sin miedos, pero diferente porque esta vez el tiempo dejó de transcurrir; y sin darse cuenta, sus dos deseos, en lugar de uno solo, se cumplieron: dormir y despertar eternamente a su lado.

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