Sin resignación alguna debí partir de tu lado, ¡si supieras cómo no quería apartarme, no quería alejarme, dejando atrás todo en manos del destino! Pero, ¿qué podía hacer?
La vida no me preparó para conocerte, no me advirtió de tus encantos ni me dijo qué sentiría, simplemente no te esperaba, no te miré con esos ojos, no quería acercarme, el dique dividía en kilómetros nuestros cuerpos sentados frente al mar, pero, de repente, ese día todo cambió, dejé entrar por cada uno de los sentidos eso que me estremeció, eso que me volvió humana al dejarte, ¿era yo la que te dejaba por ser yo quien partía?
Cada hora de los días posteriores veía tu rostro, escuchaba tu voz y tenía mi catarsis en los sueños cuando en ellos te encontraba y allí estabas, sonriente como siempre, esperándome, y ¡qué vacío al despertar!, ¡sabiéndote tan lejos, tan ilusión, tan ya-no-mío!
Y una vez más recuerdo esa amarga y eterna despedida, amarga por mi partida, eterna por esos malditos segundos que hicieron un complot en contra mía pasando tan lentamente, clavándome el ser con cada tic-tac.
Y esa fue la última mañana que vivimos juntos, y esa fue la última tarde que te tuve allí.
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